La foto del escenario político global nos devuelve un mundo girado a la derecha. Mientras los movimientos progresistas dieron una bocanada de aire con sus concesiones, las ultraderechas mundiales se reorganizaban y recuperaban características como el fascismo y el autoritarismo. Asistimos a una avanzada conservadora en reacción a los progresismos en casi todas las expresiones políticas en general.
Junto a la crisis económica en nuestro país tiene lugar una crisis política de representación, que viene de larga data, pero se expresa en el presente con el apoyo popular a un violento con una motosierra.
En la búsqueda de responsables aparece como chivo expiatorio el “progresismo”. Particularmente, distintos sectores del amplio espectro político del país tienen en la mira las conquistas feministas. Esta postura esconde, además de machismo, una gran ceguera y en el caso de la izquierda una incapacidad para disputar.
Una verdadera crítica con vocación de construcción hacia el futuro debe mirar las condiciones materiales que nos trajeron hasta acá. La pésima gestión de Alberto y la inacción de quienes lo pusieron en el gobierno, que se pateaban la pelota para no quedar pegados cuando debían actuar, son en parte responsables de la situación en la que hoy nos encontramos.
No hay falta de autocrítica, hay falta de juicio y memoria porque los que están haciendo autocrítica igual nos ubican a quienes vamos por el avance de los derechos como responsables. No perdimos porque hablamos con la “e”. (Decimos “perdimos” porque cuando ganó la ultraderecha perdimos todos). El pueblo no estaba harto de que haya dni no binario, estaba harto de matarse trabajando para que no le alcance para nada.
Tanto los libertarios, como algunos peronistas y sectores de la izquierda nos inventan una encrucijada que dice que no es prioridad en este momento defender tales o cuales conquistas que según su criterio no son centrales. Nos ponen en esta falsa dicotomía entre comer y querer derechos. Pues, les decimos que en la batalla por una vida digna queremos todo.
Desde nuestro lugar buscamos pensar al progresismo como una amplia avenida donde pueden confluir sectores del nacionalismo popular, las izquierdas y espacios democráticos en general. Está ligado al avance en materia de derechos humanos y sociales. También, a planteos de distribución de la riqueza. Muchos de ellos, sin cuestionar necesariamente las matrices del enriquecimiento. Otras, con una perspectiva anticapitalista a largo plazo, establecen mediaciones para intervenir políticamente en la actualidad.
En Argentina muchas veces naturalizamos la existencia de una conquista de un piso muy alto de derechos humanos y sociales.
Incluso, los movimientos que han ganado peso en las últimas décadas (pese a existir hace más tiempo) como el feminismo y el ambientalismo han logrado importantes victorias como la implementación de la ESI, el matrimonio igualitario, el aborto legal o el freno de ciertos proyectos extractivistas. Muchas de estas luchas, si bien contaron con la participación del movimiento obrero organizado, no estuvieron conducidas por el mismo, sino por estructuras transversales que lograron crear identidades de masas.
En Latinoamérica tuvimos gobiernos han combinado discursos progresistas y avances en derechos sociales con un deterioro estructural de las condiciones de vida de la clase trabajadora. Esto que Nancy Fraser denomina “neoliberalismo progresista” explica en parte la desilusión de amplios sectores populares con estas experiencias y la construcción de un vacío de representación política que puede ser llenado por expresiones de ultraderecha.
En la actualidad existe un corrimiento de la agenda hacia la derecha de la que nadie está exento. Las izquierdas y el campo popular también estamos atravesadxs por la reacción conservadora que se mete en nuestros debates.
Es un problema cuando las conclusiones a las que se llegan tienen puntos de contacto en común con los planteos de la ultraderecha, por ejemplo cuando renegamos de los derechos de las diversidades sexuales o el antirracismo. Sin ir más lejos, gran parte de la campaña del presidente se montó sobre la crítica al “marxismo cultural” encarnado en el avance de los derechos sociales.
Para que los derechos sociales y las libertades democráticas no sean vistas con un mero discurso, deben ser parte de un programa integral. También podemos discutir contra la reacción conservadora que nos vuelve a proponer que lo importante, “lo posible” implica necesariamente la renuncia de derechos, que no se puede pedir cupo laboral trans o que las personas víctimas de abusos sexuales que necesitan acompañamiento del Estado sigan esperando. Hace 10 años que las principales expresiones del campo popular vienen girando hacia la derecha. Los resultados están a la vista. ¿No será momento de mirar de otra manera?
No es vulnerando “minorías”, pintándose la cara con corcho o renegando de lo conquistado que vamos a combatir las ideas de Milei, porque el individualismo y el sálvese quien pueda garantizan el atropello de nuestras vidas y que nos pasen por encima con la motosierra. El cuestionamiento a todas las formas de opresión será lo que nos libere.
“Las herramientas del amo no destruirán la casa del amo” dijo Audre Lorde y todavía está vigente.