Por Ignacion Roman.
Se ha escrito mucho sobre el PRT. Siempre van a estar quienes les parezca que aún falta incursionar ciertas áreas de su historia. También a quienes les parezca necesario pasar la página de los 70′. Estas notas intentan colaborar a pensar qué elementos de la experiencia perretista pueden servirnos para pensar un proyecto revolucionario para nuestro país, Argentina, en el siglo XXI con todas sus particularidades. Un enfoque diferente tanto a la recuperación acrítica de las experiencias para buscar copiarlas en la actualidad como de quienes plantean que no hay nada para tomar de la generación setentista para nuestros desafíos actuales.
El PRT tuvo una corta experiencia vital desde su fundación en 1965 a la caída de su dirección “histórica” en 1976. Muchxs de nosotrxs militamos más tiempo que lo que duró en su totalidad la experiencia del PRT. Un dato que no es de color y es propio de la agudización en la conflictividad social y la lucha de clases en el continente en los 60′ y 70′. Gran parte de la elaboración política y estratégica del PRT aparece nublada por el debate de la violencia armada. Claro que esto es parte fundante de la estrategia revolucionaria desplegada. Sin embargo, quedarnos solo con ese análisis (válido tanto para sus detractores como para quienes lo recuperan) nos impide una mirada más integral.
Un componente a destacar en la fundación del PRT es la heterogeinidad del marxismo expresada en el IV Congreso. En aquel momento muchos grupos criticaron al PRT por no tener una “tradición sólida” o expresaron que el marxismo planteado en el IV Congreso no era más que rejunte de identidades que no podían convivir entre sí. En uno de sus apartados, se destacan elementos del nacimiento de la corriente con Marx y Engels, de los bolcheviques, del trotskismo y la IV internacional mandelista, del maoísmo, de la experiencia vietnamita y cubana. Pese a que podemos discutir si alguna de estas tradiciones terminó pesando más que otras (opinión que merecería nota aparte) aquí reside una tarea muy actual. Nuestra generación militante vive en un contexto de insuficiencia estratégica donde las formas de pensar la toma del poder desarrolladas por nuestras experiencias más cercanas muestran una operatividad limitada para ser planteadas en la actualidad. No tenemos faros revolucionarios cercanos y la copia de alguna estrategia de poder (huelga general interrumpida, guerra popular de carácter prolongado o cualquier otra) sería un error. Sin embargo, vivimos una “crisis de alternativa” muy sentida. Estas características, guardan como condición que la construcción de un partido revolucionario en la etapa actual requiere no poner el peso político en una identidad o estrategia en particular si no poder abrazar y elaborar nuevas síntesis de militancias que provengan de experiencias distintas.
Estas líneas se escriben en medio de un conflicto de gran escala en la provincia de Misiones con levantamientos de la policía, docentes, estatales, médicos y comunidades originarias. Hace un tiempo atrás nuestro país fue testigo del Jujeñazo. Hace otro tiempo atrás, del Chubutazo. El PRT desde su nacimiento se preocupó por tener una mirada federal de la construcción política. Esto se explica en principio en que uno de los grupos fundadores (el FRIP de Santucho) tenía una base sólida en la provincia de Tucumán. Sin embargo, la mirada federal elaborada por el PRT no era una cuestión moral ni meramente “anti porteña” sino que estuvo anclada en una lectura del capitalismo argentino y de los sujetos y clases sociales que componen nuestro país. A partir de la caracterización de un desarrollo desigual y combinado (concepto tomado de la tradición trotskista) plantearon que la revolución socialista debía hacer converger como sujeto revolucionario al movimiento obrero de las principales ciudades industriales (Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe) con el proletariado rural de vanguardia (principalmente, los azucareros de Tucumán).
Otro elemento a destacar es la manera en que pensaron el vínculo con el peronismo. A riesgo de generalizar muchas experiencias disímiles, este debate fue central en la ruptura de la mayoría de las izquierdas en Argentina no solamente desde la apertura del período democrático en 1983 si no desde la aparición del peronismo mismo como fenómeno. El PRT se planteó ser un partido marxista con una clara vocación por la revolución socialista. Sin embargo, tuvo una caracterización más compleja del fenómeno del peronismo que la mayoría de los grupos de izquierdas. Allí, se diferenció del PC que pasó de caracterizar de “nazi-fascismo” a ser parte de las 62 organizaciones durante la Resistencia y luego a incorporarse a los armados conducidos por sectores democráticos del peronismo. También, de los grupos trotskistas que plantearon la necesidad del entrismo, perdiendo su propia fisonomía orgánica. Y por último, con un debate de suma actualidad, polemizaron con los grupos que plantearon la “superación” del peronismo a través de una política de “desenmascaramiento” del peronismo ante las masas. Esta línea se puede sintetizar en dos enfoques. El primero, una concepción de que la independencia política es sinónimo de neutralismo ante ataques de la derecha al peronismo. El segundo, una concepción de la “crisis” y la “conciencia” en la que si nosotrxs como izquierdas realizamos una propaganda revolucionaria que nos delimite del peronismo, este movimiento mostrará sus limitaciones en algún momento de la lucha de clases y la clase obrera vendrá con nosotrxs. Una caracterización forzada pero vigente en la mayoría de las izquierdas de nuestro país que tiene como correlato la “movilización independiente” como táctica desplegada en cualquier circunstancia, la negativa general a confluir en procesos de lucha con sectores que se reconozcan como peronistas y la caracterización de “disputa inter burguesa” a los enfrentamientos del peronismo con los grandes grupos de poder. Estos debates pueden leerse en los debates con el grupo FAR cuando ingresa a Montoneros, en las cartas entre Miguel Enríquez -dirigente del MIR chileno- y Santucho, en la política de alianza con los sectores del sindicalismo de liberación y las discusiones con los grupos como SITRAC SITRAM.
El PRT no se imaginaba una revolución socialista sin sectores de la clase obrera y el pueblo que continúen identificándose al menos con algunos elementos del peronismo. Más tarde, a esta caracterización que en sus orígenes describió al peronismo como un “piso” para el movimiento obrero de derechos y reconocimiento como clase y a la vez como un “techo” que ponía un freno a largo plazo en una perspectiva socialista, fueron dando base a vinculaciones más estrechas con sectores del peronismo en las conducciones sindicales y en la construcción política. En referencia a la experiencia vietnamita, el PRT opta por desplegar la línea del Frente de Liberación Nacional y Social como una herramienta política material en la que puedan confluir los sectores más radicales y revolucionarios del peronismo con la experiencia socialista y las izquierdas. Dos intentos de llevar a cabo esta difícil tarea fueron en primer lugar el FAS, herramienta que intentó llevar a Tosco de candidato a presidente en el 73′ y el intento de armar la OLA ante el golpe, donde se buscaba confluir con Montoneros y OCPO en una perspectiva anti golpista y por el socialismo.
Otro elemento a destacar de la experiencia perretista es que supieron construir una lectura marxista de la historia nacional. Nuestro continente, por la hegemonía de los PC estalinistas y su determinismo cayó sobre un marxismo eurocéntrico al que dejó a América Latina solo la tarea de la revolución democrático-burguesa (no socialista) y al campesinado como un sujeto no revolucionario. Bajo estas concepciones, el socialismo en América Latina solo existiría después de un largo proceso de revoluciones democráticas y desarrollo industrial. Esta tendencia fue discutida por Mariátegui y posteriormente tirada abajo por el ejemplo de la Revolución Cubana. Sin embargo, también existieron grupos de otras tradiciones políticas que tuvieron vacíos en los debates sobre la historia nacional. Existen tendencias que aún hoy, ponen su principal énfasis en las experiencias y desarrollo revolucionarios en Europa sin tener una noción sobre la tierra que pisamos.
La elección de la bandera del Ejército de los Andes como símbolo, la recuperación del ala jacobina de la Revolución de Mayo y su carácter conspirativo y popular tuvieron su base en una lectura sólida de la realidad nacional. Los posicionamientos se alejaron de las miradas revisionistas en auge a partir de los escritos de Jauretche, Raúl Scalabrini Ortiz y José María Rosa, así como de las lecturas del marxismo eurocéntrico que habla de Lenin pero ignora la importancia de tener algo para decir un 25 de Mayo. Acá el PRT nos mostró que no se trata de importar una estrategia revolucionaria ni la lectura de los sujetos y clase sociales de otros países. El marxismo tiene que ser una guía y no una doctrina. Lo más destacable de las experiencias de cada generación de revolucionarixs es su vocación por hacerse eco de los debates de su época, brindar una perspectiva de transformación social profunda e intentar llevarla a cabo. Así como la generación bolchevique tuvo sus debates y sus estrategias, la revolución cubana tuvo otras y el PRT las propias. Cuáles nos tocan a nosotrxs es algo sobre lo que hay que seguir reflexionando.
Pese a que cierta historiografía hizo trascender como principal tarea del PRT la fundación del ERP y sus acciones desplegadas en torno a la guerrilla rural, si algo destacó a esta experiencia fue la centralidad en el movimiento obrero. El PRT tuvo inserción en las principales fábricas de Argentina e incluso llegó a desplegar periódicos específicos como apéndices de El Combatiente que contabilizan la producción hacia el interior de cada fábrica. Su difusión entre las y los obreros industriales era admirada incluso por Montoneros, como cuenta la anécdota de Victoria Walsh cuando conoció la imprenta clandestina del PRT en Córdoba “Roberto Mathews”, la cual, producto de la organización popular hoy es un espacio de memoria. Fueron impulsores de las Coordinadoras Interfabriles en el 75’, además de haber participado destacadamente en el Cordobazo y Viborazo. Trazaron vínculos orgánicos con los sectores más radicales del sindicalismo de liberación a través de la mencionada herramienta FAS. También, a partir de un diálogo permanente del partido con los referentes del movimiento y la CGT de los Argentinos que con los programas de La Falda y Huerta Grande construyeron un rol en la lucha de clases se ubicaron como una conducción sindical y política para un conjunto de sectores del movimiento obrero y el campo popular.
En último lugar, los recorridos del PRT del 73’ al 76’ en torno a los alcances de la lucha democrática y de masas son valorables para pensar nuestra intervención actual. Pese a haber mantenido una política que puede parecer contradictoria (sostenimiento de la lucha armada con desarrollo alto de actividad de masas) al menos durante algún período de tiempo el partido creció en los frentes estudiantiles, sindical, territorial, cultural. Buscó desarrollar la herramienta del FAS y posteriormente la OLA. Fundó un periódico de masas llamado El Mundo que buscaba desde la batalla comunicativa brindar una perspectiva de izquierda y socialista de las noticias cotidianas. E incluso, ante el adelanto del golpe militar a Marzo del 76’ (que se enteran por un infiltrado perretista en las oficinas de Viola) el PRT propone un frente único antifascista y tiene reuniones con Alfonsín y diálogos con sectores ligados a Cámpora para desplegar esta línea. Ante el avance de la derecha y el golpe, la dirigencia perretista fue capaz de reorientar parte de su intervención política para frenar lo que ya sabían que venía por la experiencia del pueblo hermano chileno. Así, en menos de 10 años de historia, podemos ver a una camada grande de militantes revolucionarixs y socialistas pasar por distintas formas de intervenir políticamente y la evaluación de al menos 3 escenarios muy distintos de intervención (65’-73’ / 73’-74’ / 74’-76’).
La centralidad de la construcción de un partido, la inserción en el movimiento obrero, la necesidad de pensar una política comunicacional de masas, los debates para confluir con los sectores más radicales del peronismo en la perspectiva de un gobierno popular y la revolución socialista, al igual que una mirada federal de nuestro territorio son debates que nos hacen poner pausa y repensar nuestros pasos. Mirar a quienes estuvieron antes tiene que permitirnos recoger lo mejor de esas experiencias para las tareas que hoy nos toca desplegar. Cada generación militante tiene sus desafíos. Recuperando lo mejor de cada experiencia pongámosle el cuerpo a los nuestros. Quienes en este contexto de avance de la ultraderecha buscamos reconstruir un proyecto anti capitalista de masas tenemos mucho por debatir y hacer. Ahí estamos.