El campo popular se encuentra en un escenario sin precedentes desde el retorno de la democracia y, por eso, consideramos urgente formular algunas preguntas y esbozar ciertas respuestas.
¿De qué democracia hablamos cuando la misma estuvo siempre condicionada por el poder económico? Salvo durante el período 2003-2015, en el cual se alcanzó cierto grado de autonomía frente a un sector del poder real, antes y después de ese periodo, la democracia siempre fue impotente para ponerle algún limite al capital concentrado. Dicha incapacidad se vio todavía profundizada durante los últimos cuatro años del gobierno del Frente de Todos.
Esta situación se explica, como dice Alejandro Horowicz, en que la democracia post 1983 es una “democracia de la derrota”, construida precisamente sobre el aniquilamiento de los proyectos revolucionarios del peronismo y de las izquierdas durante las décadas del 60 y 70.
¿Cómo no iba a emerger un espécimen reaccionario como Milei? ¿Cómo no iba a prender en amplios sectores de la sociedad su verborragia en contra de la democracia y sus instituciones? Muchos se escandalizaron por la pregunta que, en 2021, Luciana Geuna le hizo sobre si creía o no en la democracia y Milei nunca pudo responder por sí o por no; sólo pudo ofrecer evasivas. De alguna forma conectó—por derecha lamentablemente—con el cuestionamiento que la sociedad y nosotrxs también veníamos haciendo.
La derrota legislativa del miércoles 12 de junio en el tratamiento de la Ley Bases en el Senado también nos indica que apostar solo por la vía palaciega es un error. Si bien el resultado en la votación fue tan ajustado que terminó desempatando Villarruel, la compra de senadores a cambio de una embajada en la UNESCO o un directorio de la Comisión Técnica Mixta de Salto Grande también nos refuerza el concepto de democracia fallida y con sus instituciones en estado de descomposición.
Este escenario descripto, sumado a la represión salvaje y posterior cacería de manifestantes al azar, con la finalidad de implantar terror en las organizaciones populares, indica que las herramientas tradicionales de la política y la militancia resultan estériles en un contexto tan hostil y novedoso como el actual y con un gobierno que se volverá más bestial para concretar su programa antipopular.
¿Cómo los enfrentamos entonces? ¿Seguimos por el camino de la moderación? ¿Seguimos apostando a la rosca de la superestructura política? Por empezar, podríamos decir que necesitamos menos operadores y más agitadores. La radicalización del campo popular no solo deviene justa, sino también necesaria a los fines del pragmatismo político que tanto se invocó en la campaña electoral pasada. Si ante un gobierno reaccionario que lleva todo al extremo en materia política, económica, de seguridad y de libertades democráticas no nos radicalizamos, ¿cuándo entonces?
Cuando hablamos de radicalizarlo todo nos referimos, en primer lugar, al programa político que tendremos que elaborar, el cual debe ser de liberación nacional y social, correr el límite de lo posible y conectar con las problemáticas de nuestro pueblo. En consecuencia, debe ofrecer un futuro, una salida posible que no será sin peligros ni obstáculos. Habrá que advertirlo. Las banderas de Tierra, Techo y Trabajo sumado a un salario básico universal son una interesante síntesis de lo que hoy falta en nuestro pueblo. ¿Cómo vamos a conseguirlo? ¿Qué vamos a hacer con la deuda externa? ¿Qué intereses económicos vamos a afectar y con quiénes vamos a confrontar? ¿Qué unidad social necesitaremos construir?
En segundo lugar, la forma de construcción militante y de acumulación están en crisis y también deben ser objeto de radicalización. No basta con agrupar dirigentes creyendo en la suma aritmética de porcentajes y votos; habrá que construir por abajo, escuchar, tejer redes de solidaridad con todos los que sufren el ajuste y priorizar la unidad con esos colectivos sociales por sobre una unidad basada en apellidos de dirigentes que, a la postre, sabemos que van a defeccionar.
También deberá radicalizarse el lenguaje de la militancia, su formación, sus consignas y qué banderas históricas vuelve a levantar. ¿Cómo conectamos con la generación de jóvenes que dieron su vida por la transformación social en la década del 70? ¿Seguimos viendo a esa generación como victimas solamente? ¿O acaso buscamos tender un puente con ese pasado revolucionario que nos precede, retomar la posta inconclusa y pensar cómo sería hoy un proyecto y una militancia revolucionaria?
Como señaló Diego Sztulwark en una nota publicada en la Revista Crisis titulada “La sonrisa de Marx”, creemos que resulta imposible resistir a la brutalidad del presente sin alguna idea de revolución. Esto no implica copiar fórmulas y métodos que pudieron haber funcionado en otra época. Apostar por la revolución en 2024 significa que hay que barajar y dar de nuevo en muchas prácticas políticas, en nuestra relación con el Estado, con la democracia representativa, con los privilegios de todo tipo y también con el sistema capitalista. Las luchas transfeministas nos señalan un camino a profundizar. Comprendiendo que las formas de una revolución pueden ir cambiando con el transcurso del tiempo, también creemos que su esencia original no cambia: modificar de raíz una situación de opresión y de injusticia. No basta con morigerarla, mucho menos con aceptarla ni conformarse con ser una alternativa menos disvaliosa que otras. Como vimos, esto último termina mal.
Sin épica revolucionaria no hay convencimiento de las bases ni de la militancia y así será difícil salir a entusiasmar a una sociedad despolitizada y descreída cuando nosotrxs mismxs no creemos posible un proyecto o un futuro deseable. Hay que construir un horizonte transformador porque—como decía Eduardo Galeano—precisamente para eso sirve la utopía: para caminar incluso cuando el horizonte se corre diez pasos más allá. La revolución hoy será creación heroica y requerirá de mucha imaginación, solidaridad y niveles inéditos de audacia. Deberá ser la contrapartida al programa antipopular de Milei y de las clases dominantes, tendrá que confrontar sin concesiones y buscar la forma de profundizar la organización popular para sostener las movilizaciones que se vendrán y que sabemos que las fuerzas de seguridad de Bullrich intentarán romper.
Al miedo que nos quieren infundir le responderemos con unidad de acción en las calles, sin regalarse, pero con agitación. Al intento de asestarnos una derrota definitiva, le contestaremos con un programa aún más audaz que teman de sólo pensar que podamos aplicar. La magnitud del ataque que sufre nuestro pueblo debe ser respondido de manera proporcional. Habrá que radicalizarlo todo hasta que el miedo cambie de bando y hasta que todo sea como lo soñamos