La burocracia de la CGT se reunió con el gobierno liberal en la Casa Rosada . Previamente habían comunicado que no iban a realizar ningún paro. Ante esta actitud colaboracionista con el gobierno del hambre, nos queda construir un verdadero sindicalismo combativo.
En un escenario político cada vez más polarizado, la reciente llegada de la CGT a la Casa Rosada confirma el apoyo de la burocracia a no enfrentarse a las políticas de hambre de Javier Milei. Hay que hablar ya de una completa claudicación en la lucha e integración de la central sindical en el respaldo a la política entreguista impulsada por un gobierno que representa intereses económicos alineados con los sectores dominantes del empresariado.
Se trata de otro capitulo mas de oposición “dialoguista” en la traición a sus bases obrera, aunque caracterizada por una fragmentación interna, en la que un sector, liderado por Pablo Moyano se opone rotundamente. El hecho de haber cedido terreno ante el avance de Milei, genera una crisis enorme en la CGT, pero también en el peronismo y los partidos tradicionales.
Las fisuras entre los partidos tradicionales—radicales, socialdemócratas y peronistas— y lo que quedo del Pro, han sido más que evidentes en la reciente sesión parlamentaria que intentaba revertir medidas del oficialismo. Este debilitamiento político ha permitido al gobierno operar con una mayoría circunstancial, teniendo una minoría de representantes en el Parlamento y ningún gobierno provincial.
Mientras la clase obrera sigue sufriendo la crisis de representatividad y la desmovilización producto de las traiciones anteriormente mencionada, la burguesía ha logrado consolidar un fuerte respaldo al proyecto de Milei. Eventos como la lujosa cena organizada por la Fundación Faro en Puerto Madero, con entradas a U$S 25.000, son reflejo de cómo las élites económicas apuestan por un modelo de reorganización capitalista que privilegia los intereses financieros y la explotación de recursos estratégicos como el gas y el petróleo.
Es así que el núcleo de la agenda económica de Milei se sustenta en un ajuste fiscal sin precedentes que golpea directamente a los sectores más vulnerables. Según datos recientes, los recortes han afectado áreas clave como las jubilaciones, la obra pública, los subsidios a tarifas y las prestaciones sociales, mientras los salarios pierden poder adquisitivo a un ritmo alarmante. La participación de los trabajadores en el PBI, que ha caído al 43,4%, evidencia una redistribución regresiva de la riqueza en el país.
Pero, más allá de los números, se observa un cambio estructural en las relaciones laborales. La reforma laboral, aunque no formalmente legislada, avanza de facto en distintos sectores. Esta transformación implica aumentos en las jornadas laborales, flexibilización de descansos, reducción de dotaciones y eliminación de derechos adquiridos como la seguridad laboral y las regulaciones sanitarias. Este modelo no se basa en innovación tecnológica, sino en una explotación intensiva de las fuerzas productivas.
En este contexto es que la CGT ha adoptado una postura colaboracionista con la mafia que gobierna. Su negativa a convocar paros generales o movilizaciones masivas refleja una alineación tácita con el gobierno, facilitando la implementación de medidas impopulares. Aunque sectores internos, como el liderado por Pablo Moyano, han intentado proyectar una imagen de confrontación, en la práctica prevalece la inacción estratégica.
Sin embargo, mientras la central sindical de patronales y gobiernos burgueses tranza, los gremios y sindicatos más combativos, como el Sutna en la industria del neumático o los trabajadores del Garrahan, han liderado acciones puntuales. La falta de un plan de lucha coordinado dificulta cualquier avance significativo. En este sentido, también cabe mencionar que las CTAs parecen más enfocadas en preservar su propio statu quo que en enfrentar las políticas que precarizan aún más a la clase obrera.
A pesar del panorama desalentador, las bases comienzan a manifestarse. Movilizaciones como la organizadas por el movimiento universitario durante el conflicto por el presupuesto; las batalla del Frente de Lucha Piquetero; los paros docentes en provincias como Misiones y Jujuy; o los conflictos en sectores como salud y judiciales en Córdoba, revelan una creciente disconformidad. Estas luchas, aunque aisladas, reflejan la posibilidad de construir una resistencia articulada desde las bases sindicales y los movimientos sociales.
Queda claro que el desafío principal para los trabajadores radica en superar la fragmentación y las limitaciones impuestas por las dirigencias tradicionales y burocráticas. La consigna de un paro activo y un plan de lucha unificado cobra relevancia en este escenario. Por esto, es crucial fortalecer la coordinación entre sectores en lucha y recuperar la independencia política frente a un gobierno que, bajo la retórica de la libertad, perpetúa una explotación cada vez más feroz.
El futuro de los trabajadores no pasa únicamente por resistir las políticas de ajuste, sino por construir una alternativa que confronte tanto al modelo económico hegemónico como a las estructuras sindicales que lo sostienen. Como se plantea en las consignas que emergen desde los sectores clasistas: Es Milei o los trabajadores. La encrucijada está clara, y el camino dependerá de la organización y la unidad de las bases populares.