¿Vos sos Team Trad Wife o Team Sugar Daughter? El remake de la fantasía blanca y burguesa

Esta pregunta resume la espantosa dicotomía que se hizo popular en redes como ejemplo a seguir y alternativas laborales para mujeres e identidades feminizadas.

Mediante reels se viralizan desde hace un tiempo por un lado Trad Wives -esposas tradicionales al estilo años 50- y por otro, influencers que viven de Sugar Daddies. 

Mamá, me equivoqué de carrera, debí estudiar “esposa mantenida”

Las Trad Wives son un fenómeno que se muestra en redes sociales pero que existe por fuera de ellas, que emulan una visión romantizada del estilo de vida de las esposas tradicionales de mediados del siglo pasado. Promueven la dedicación a sus parejas, el antifeminismo y los roles de género tradicionales. Mediante reels y tiktoks muestran sus actividades cotidianas y dan consejos de cocina, de crianza, de limpieza. Y van más allá ofreciéndose a sus seguidores como faro moral dando consejos sobre sexualidad, promoviendo la castidad. Están entrelazadas con distintas religiones y se pronuncian contra el derecho al aborto. De hecho un gran número de estos videos vienen de cuentas asociadas a distintas iglesias y religiones (católicas, evangélicas, mormonas, distintas formas de ortodoxia o grupos fundamentalistas). Son esposas del siglo XX en el siglo XXI. Este fenómeno de la agenda Red Neck de Estados Unidos se expande por el resto del mundo como parte de la reacción patriarcal al feminismo.  

Refundar la división sexual del trabajo

Construyen un relato en el que las tareas de cuidado del hogar y la familia se ve como algo natural, simple, fácil y para nada forzoso. Se trata de insinuar que son tareas más sencillas o inferiores a los trabajos que realizan sus novios o esposos. Se da una exaltación del trabajo doméstico pero a la vez se lo subordina. Y mientras hacen este trabajo -al cual no llaman trabajo- se ven impecables, siempre lindas y sexys. Es literalmente lo opuesto al complejo entramado materialista que el feminismo supo sintetizar en la consigna “eso que llaman amor es trabajo no pago”. 

 

Otra versión que se viraliza en redes es algo que parece estar en las antípodas pero que está emparentado: la oferta de hacerte Only Fans o conseguir un sugar daddy. Son mujeres mega hegemónicas que te muestran su vida viajando por el mundo con un discurso que suena a “si no te conseguis un sugar y vivis la vida perfecta, es porque sos tarada”. Bajo el disfraz de la liberación sexual que promueve el feminismo se reproduce una lógica neoliberal al estilo “vos sos el dueño de tu destino”, que es la misma lógica que opera en la promoción de negocios crypto, de apuestas o piramidales, ofrecidos como salidas laborales en redes. 

¿Qué tienen en común?

Ambos fenómenos son impulsados por mujeres mayoritariamente blancas, de clase media-alta, de belleza hegemónica y que cumplen con todas las reglas de la heteronormatividad. Siempre impecables, saludables, ejercitadas, bien vestidas. Estas influencers de estilo de vida venden una fantasía de felicidad con la vuelta a la división sexual del trabajo. Muestran una una vida tranquila en la que no sufrís explotación laboral y todo es disfrute. 

¿Qué posibilita estos fenómenos?

Frente a la caída de la idea de progreso y las promesas de futuro, con las crisis migratorias, la convivencia con la guerra y el genocidio, la destrucción del ambiente, la rotura de los lazos comunitarios, el avance neoliberal sobre los derechos, la creciente pobreza y frente a la dificultad para habitar el espacio público, aparecen formas cada vez más individualistas de vida. Nos incluimos en el hogar y vemos al otro como alguien de quien sacar provecho, un sentido utilitario que se actualiza en casi todos los vínculos. 

 

Frente a la falta de perspectiva de futuro y la creciente precariedad de nuestras vidas, mejor que estar a la deriva es buscarse un varón que te mantenga. Parte de la reacción antifeminista te quiere hacer creer que al final el patriarcado no estaba tan mal si daba una seguridad a la cual aferrarse frente a la incertidumbre. Y el feminismo no era tan bueno, si al fin de cuentas tenemos que salir a trabajar fuera de casa -muchas veces más precarizadas, en trabajos en los que no recibimos igual remuneración por igual trabajo, se nos dificulta ocupar cargos jerárquicos o de poder, todo te cuesta el doble, te discriminan para contratarte por si te quedás embarazada- mientras igual hacemos el trabajo doméstico y el de cuidado de otros. Encima tenés que poder con todo, y no flaquear para no ser una “mala feminista”. Al final es doble trabajo la liberación femenina, era re difícil ser feminista. Pero se olvidan de nombrar los verdaderos motivos que nos llevaron a abrazar masivamente al feminismo.

 

Ambas alternativas son una “salida laboral” o una forma de subsistencia para el escenario que enfrenta la juventud hoy. Ante la falta de trabajo se nos ofrece ser esposa y madre o sacar provecho de nuestro capital erótico/sexual. 

¿Todo pasado fue mejor?

Sin importar las decisiones que tomemos en nuestra vida, nos preguntamos: ¿cuánto de este “sueño americano” -o fenómeno de internet- puede ser una alternativa para nosotras, o simplemente es propaganda antifeminista y conservadora? Vivimos en una realidad donde ya no hay lugar para los machos proveedores porque un solo salario no sostiene un hogar, donde cocinar para un par de pibes con dos pesos es una tortura diaria, y donde la oferta de sumisión genera femicidios si no estás dispuesta a aceptarla. Estos arquetipos de mujer madre, sumisa o “puta” nos recuerdan a un pasado que desde la primera década del 2000 venimos cuestionando, junto a todas sus instituciones (matrimonio, monogamia, heteronormatividad, maternidad como único futuro posible, etc.). La precarización de nuestras vidas y la falsa dicotomía entre reconocimiento y redistribución se presenta como el problema y nos empuja a buscar estabilidad, felicidad y tranquilidad en espejitos de colores.

 

En un momento nos preguntamos por qué los pibes rappi votaron a Milei, por qué festejan la reforma laboral que nos hace perder derechos y no defienden el CONICET. Después entendimos que no tenían tales derechos para defender… Ahora vemos que los proyectos democráticos llamados progresistas también nos fallaron a nosotras. Lejos de hacer una crítica al feminismo por reclamar una libertad que nunca parece terminar de llegar, nos preguntamos ¿será que hace falta radicalizarnos para avanzar frente a un mundo que nos ofrece estas alternativas?