El 8 de agosto, Donald Trump dio instrucciones al ejército estadounidense para usar fuerza militar contra diversos cárteles en Latinoamérica, iniciando así una supuesta campaña militar contra el narcotráfico. Como es típico de la política exterior de los Estados Unidos, el discurso actual contra los cárteles, entre los cuales se señala el “Cártel de los Soles” —compuesto supuestamente por altos funcionarios del gobierno venezolano como Nicolás Maduro— enmascara sus genuinos objetivos en la región, de carácter injerencista e imperialista.
Así lo demostrarían los hechos ocurridos entre el 18 y el 26 de agosto, cuando se desplegaron en el Caribe sur, frente a las costas de Venezuela, tres naves de guerra, dando inicio a una campaña de intimidación y presión contra el gobierno venezolano, basada en la supuesta cooperación de este, a través del mencionado “Cártel de los Soles”, en el tráfico de drogas hacia los Estados Unidos.
Actualmente ya son siete naves de guerra y un submarino nuclear los que acechan las costas de Venezuela. Entre ellos el USS Lake Erie, que cruzó hacia el Caribe a través del Canal de Panamá el 29 de agosto. La complicidad del gobierno panameño es previsible; el presidente José Raúl Mulino ha mantenido un alineamiento permanente con la política exterior de Estados Unidos, incluso en perjuicio de la soberanía nacional, como lo evidencia el memorándum de entendimiento que garantiza el cruce gratuito de navíos estadounidenses por el canal y la reapertura de bases militares.
La subordinación de Panamá en esta operación es estratégica. En el caso de una invasión a territorio venezolano, Panamá jugaría un rol fundamental a nivel logístico y operativo para las tropas estadounidenses, en una parte de la región donde actualmente escasean los aliados directos contra Venezuela. Sin embargo, la utilidad de Panamá no es solo funcional, sino también simbólica; una intervención en Venezuela se basaría en gran medida en la invasión estadounidense a Panamá el 20 de diciembre de 1989, un hecho que vive en la memoria de miles de panameños, tanto afligidos por los horrores de aquella operación como aquellos que la solicitaron y hoy la reivindican, siendo estos últimos quienes están al timón del gobierno y, llegado el momento, consentirían el uso de nuestro país como un portaaviones contra Venezuela.
Pero ¿por qué Venezuela exactamente? El discurso que presenta Donald Trump a su pueblo se basa en la premisa de que Venezuela juega un rol fundamental en el narcotráfico hacia Norteamérica, pero los datos muestran lo contrario: Venezuela solo representa un porcentaje minoritario (entre 5 % y 10 %) del movimiento de droga, con rutas más relevantes en el Pacífico y el Caribe occidental, principalmente desde Colombia y Centroamérica [fuente: UNODC, World Drug Report 2023; DEA, National Drug Threat Assessment 2022]. A la vez, no existe evidencia real sobre la composición o estructura del llamado “Cártel de los Soles”, y el énfasis en miembros claves del gobierno venezolano, como Nicolás Maduro o Diosdado Cabello, resulta conveniente para el objetivo real de los Estados Unidos: crear las condiciones de un cambio de régimen, estableciendo un gobierno amigable para los intereses económico-extractivistas de Estados Unidos en Venezuela, país que cuenta con alrededor del 18 % de las reservas de petróleo a nivel mundial [fuente: OPEP, Boletín Estadístico Anual 2023].
El 2 de septiembre, Donald Trump anunció que el ejército estadounidense destruyó una barca del Tren de Aragua que transportaba droga, acabando con la vida de 11 personas. Con este anuncio se difundió un vídeo que muestra el supuesto hecho. El gobierno de Venezuela ha negado este acontecimiento, afirmando que el vídeo ha sido realizado con inteligencia artificial. Independientemente de la veracidad del mismo, la realidad es que tal anuncio forma parte de una táctica de intimidación por parte de los Estados Unidos, que busca medir la respuesta del gobierno venezolano, así como el consentimiento del pueblo estadounidense a una acción en la República Bolivariana.
Es importante que, en Panamá, como en los demás pueblos hermanos de la región, nos manifestemos en contra de una potencial injerencia estadounidense en Venezuela, pues un ataque a su soberanía abre la puerta al ataque contra cualquier otro país latinoamericano: una amenaza existencial para todos aquellos que buscamos nuestra autodeterminación y desarrollo fuera de los marcos del neoliberalismo.