Una nueva epopeya colectiva para echarlos del continente

04.11.2025

Se cumplen veinte años de la denominada IV Cumbre de las Américas que se desarrolló en la Ciudad de Mar de Plata el 4 y 5 de noviembre de 2005. El bloque regional liderado por Hugo Chávez y secundado por Néstor Kirchner, Lula da Silva y Tabaré Vázquez tomaron el mandato que venía de la calle: NO AL ALCA.

| 1. Las luchas de la década del 90 que desembocaron en Mar del Plata

La década del ‘90 está, indudablemente, marcada por la caída del Muro de Berlín y el colapso de la URSS que trajeron consigo el Consenso de Washington, cuya extensión se produjo por todo el continente americano bajo la forma de una ola neoliberal. Era la época del “fin de la historia” y EEUU se erigía como la única potencia global. Sin embargo, emergían resistencias en nuestro continente.

 

La primera de ellas fue el Caracazo del 27 de febrero de 1989 contra las medidas económicas del presidente venezolano Carlos Andrés Pérez. Esa rebelión popular que duró varios días fue brutalmente reprimida y dejó 276 muertos, según cifras oficiales. Ese estallido parió otro proceso disruptivo como fue la insurrección cívico-militar del 4 de febrero de 1992 que tuvo a Hugo Chávez como protagonista.

 

De esta forma, un grupo de oficiales aliados a su pueblo se sublevaron no sólo contra el presidente que masacró a su pueblo tres años antes, sino también contra las recetas de ajuste del FMI y la entrega de su patria. En plena marea neoliberal, el pueblo venezolano—casi a contramano—empezó a marcar un rumbo. El 4F fue aplacado, Chávez asumió su responsabilidad y fue preso, pero no fue una derrota, sino el inicio de algo distinto.

 

La insurrección zapatista del 1º de enero de 1994 también dejó su marca en el continente al irrumpir en México contra la entrada en vigencia del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá. Su ejemplo de autonomismo, organización horizontal y reivindicación indigenista se expandieron al resto de los movimientos sociales latinoamericanos.

 

En Brasil, el Movimiento Sin Tierra—a fuerza de movilización y medidas de acción directa contra los latifundios—logró imponer en la agenda popular la necesidad de una reforma agraria. En 1997, tres marchas simultáneas convocadas por el MST partieron de diferentes puntos del país y peregrinaron durante dos meses hasta llegar a Brasilia, al cumplirse el primer aniversario de la masacre de Eldorado do Carajás.

 

En Bolivia, por su parte, arreciaban las marchas cocaleras contra el gobierno de Sánchez de Lozada, los reclamos salariales de la Central Obrera Boliviana y, hacia comienzos de los 2000, estalló la “Guerra del Agua” en la Ciudad de Cochabamba contra el intento del presidente Banzer de privatizar el abastecimiento de agua potable tras la firma de un contrato con la multinacional Bechtel a pedido del Banco Mundial. Las violentas represiones no pudieron apaciguar las protestas que culminaron con victoria popular: se derogó la ley 2029 que legalizaba la privatización y la multinacional abandonó el país.

 

Finalmente, la Argentina menemista empezó a resquebrajarse con la irrupción del movimiento de desocupados y su organización a través de la lucha piquetera. Las puebladas de Cutral Có y Plaza Huincul, en Neuquén, se sucedieron en 1996 como resultado del desastre provocado por la privatización de YPF y la pérdida de fuentes laborales. El año siguiente se repitió la pueblada con el apoyo de los docentes que reclamaban por mejoras salariales. De este modo, emergieron con potencia las asambleas populares y los cortes de ruta. Se sumaron posteriormente las luchas de Tartagal y General Mosconi y el Correntinazo durante el gobierno de De la Rúa en 1999. Por último, las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001 tiraron abajo no sólo ese gobierno, sino también el orden neoliberal y el Consenso de Washington que se impuso en Argentina.

 

En suma, éstos son sólo algunos de los países que—durante esa larga década—fueron acumulando poder popular y abrieron el ciclo político que luego sobrevino durante la Cumbre de Mar del Plata.

| 2. El “No al Alca” y la epopeya colectiva

Para la fecha en la que se desarrolló la Cumbre, en Venezuela ya era presidente Hugo Chávez que había logrado derrotar el golpe de estado organizado por Bush. Sin dudas, no sólo en términos cronológicos, sino también por su radicalidad, el proceso de integración latinoamericana se inició con la victoria electoral de Chávez en 1999, seguida por Lula en 2002, Kirchner en 2003 y Tabaré Vázquez en 2005. Todos ellos, en mayor o menor medida, fueron protagonistas de ese rechazo histórico.

 

Esos días del 4 y 5 de noviembre estuvieron marcados por las movilizaciones callejeras que tomaron la Ciudad de Mar del Plata para decir No al Alca y también no a Bush que venía al país en medio de su guerra imperialista en Afganistán e Irak. El puente entre la construcción social y la política fue lo que terminó tirando abajo el sueño del libre comercio de Bush para nuestra región.

 

En consecuencia, no fue únicamente una táctica palaciega, sino que fue la calle la que le impuso la agenda a las instituciones. Toda la fuerza social concentrada en la década del 90 permitió desatar la rebeldía que desbordó Mar del Plata. No fueron sólo “los políticos” quienes echaron a Bush, ya que una gesta de ese tamaño nunca puede recaer en individuos. Se trató de una epopeya colectiva que se cocinó a fuego lento durante las resistencias de la década anterior.

 

Mientras se deliberaba en la Cumbre, afuera llegaba El Tren del Alba con diversas personalidades que luego estarían en el Estadio Mundialista: las Madres de Plaza de Mayo, con Hebe a la cabeza, Diego Maradona, Evo Morales—que por ese entonces era dirigente social—Pérez Esquivel, Silvio Rodríguez, Manu Chao, entre otros.

 

En ese estadio repleto por movimientos sociales, Chávez—el único que estuvo en la Cumbre y en la Contracumbre—se comprometió a llevar la palabra de los pueblos allí convocados a la reunión con los mandatarios, entre los cuales estaba Bush. Chávez cumplió. En esa cancha—pero mucho antes también—se sepultó al Alca.  

| 3. Después de 20 años, la amenaza es mayor

El derrotero de esos gobiernos latinoamericanos ameritaría un análisis distinto que no forma parte del objeto de esta nota, pero el escenario presente es sustancialmente distinto al de hace veinte años.

 

Ese proceso de integración fue desmontado con el lawfare en Brasil (cárcel a Lula, juicio político a Dilma) y, en Argentina, se llevó a cabo el mismo libreto contra Cristina Kirchner. Se trató de un poder judicial que, en toda la región, fue infiltrado por EEUU que se encargó de invitar jueces a diferentes cocktails y “seminarios.”  A la tragedia venezolana que se suscitó con la muerte de Chávez le siguieron las sanciones inhumanas que se iniciaron con Barack Obama y la declaración de Venezuela como “amenaza” para la seguridad nacional de EEUU.

 

El contexto actual de nueva guerra fría entre EEUU y China hace que Trump se repliegue sobre América Latina, su zona de influencia. Esta situación se ve reflejada en el despliegue militar estadounidense en el Mar Caribe contra Venezuela y los bombardeos a lanchas cuyos tripulantes no eran más que pescadores. Allí se prepara una intervención militar y un “cambio de régimen” ante el silencio del resto de la región. Sin embargo, las operaciones militares no se limitan contra la Revolución Bolivariana. Ahora Trump extendió las amenazas contra la Colombia de Gustavo Petro. En Argentina, la intromisión yanqui no necesita barcos y bombas, sino que alcanza con el dólar y la deuda externa.

 

Hoy el continente se encuentra en disputa, pero la mano viene complicada. Por un lado, tenemos los gobiernos de extrema derecha como Milei en Argentina, Jeri en Perú, Noboa en Ecuador y gobiernos de derecha clásica como Peña en Paraguay y Quiroga en Bolivia. Todos ellos están alineados al trumpismo. Por el otro, gobiernos como el de Venezuela, Colombia, México y Brasil se hallan bajo constante asedio.

 

La intervención yanqui no hará más que profundizarse con las elecciones en Chile y Brasil, el año que viene. Hay un nuevo Plan Condor, con otras particularidades porque nada se repite de manera idéntica, pero objetivo es el mismo: persecución a cualquier forma de resistencia para poder consolidar un bloque encolumnado detrás de EEUU en su guerra con China.

 

La respuesta a tamaña amenaza debe ser radicalizar la solidaridad e integración ya no de los Estados latinoamericanos porque hoy estamos divididos, sino entre las organizaciones sociales y partidos políticos del continente con vocación anti-imperialista. Una herramienta para la articulación de quienes resisten en América Latina podría ser la convocatoria a una nueva Cumbre de los Pueblos en la cual se puedan compartir experiencias de luchas sociales.

 

Habrá que priorizar la construcción de lo común y apoyar cada una de las resistencias que se están dando en Perú, Ecuador o las que se den en Argentina. Venezuela no puede quedar sola ante una agresión militar y las manifestaciones de rechazo a Trump deben extenderse por toda la región.

 

Es la hora de que se parta en el continente otro hierro caliente para enterrar esta nueva ofensiva yanqui tal como hace veinte años lo hicimos con el Alca.