El informe dice algo así como: “Incluso en la época de Stalin había liderazgo colectivo. La idea occidental de un dictador dentro del sistema comunista está exagerada. Los malentendidos sobre ese tema son causados por la falta de comprensión de la verdadera naturaleza y organización de la estructura de poder comunista.”.
O sea, la CIA reconoce que la imagen de Stalin como un dictador todopoderoso es exagerada y que esa idea pegó fuerte porque la gente no comprendía el sistema soviético.
El documento también menciona que, después de la muerte de Stalin en 1953, ninguno de los líderes soviéticos que vinieron después logró tener la misma influencia o autoridad que él o que Lenin. Para la CIA, esto era una ventaja para Estados Unidos, porque sin un líder fuerte, la Unión Soviética perdía cohesión interna.
Esto nos hace pensar en cómo la propaganda y la percepción pública pueden torcer la realidad. Por años, en Occidente nos vendieron la idea de que Stalin era un tirano despiadado, y aunque su gobierno tuvo momentos oscuros, el documento de la CIA sugiere que parte de esa imagen fue el resultado de una campaña de propaganda bien montada.
Por ejemplo, durante la Guerra Fría, la propaganda anticomunista pintaba a Occidente como el salvador de la civilización frente a la barbarie sovietica. Este tipo de narrativa puede ser usada por grupos extremistas para promover un nacionalismo tóxico, donde la identidad de un país se construye en contra de un “enemigo” (ya sean comunistas, inmigrantes, la comunidad LGBT, jubilados, etc).
En esa época, el comunismo se vendió como una amenaza total, lo que justificó medidas extremas en nombre de la “libertad”.
La admisión de que Stalin operaba dentro de un sistema de “liderazgo colectivo” desafía la narrativa simplista de que era un dictador omnipotente. El documento sugiere que su autoridad no era tan unilateral como se pensaba. El documento de la CIA de 1955 admite que esta imagen de Stalin como un dictador omnipotente fue, en parte, el resultado de una campaña de propaganda exitosa. Sin embargo, también reconoce que la realidad era más matizada: Stalin, aunque poderoso, no gobernaba en un vacío.
El “liderazgo colectivo” es un sistema donde las decisiones importantes no las toma una sola persona, sino un grupo de líderes que trabajan juntos. En la Unión Soviética, el Partido Comunista funcionaba bajo el “centralismo democrático”, un modelo que combinaba discusiones internas (democracia) con una ejecución centralizada de las decisiones.
El centralismo democrático es un principio organizativo que combina dos elementos aparentemente contradictorios: la democracia interna en la toma de decisiones y el centralismo en su ejecución. Este modelo fue desarrollado por Lenin como la base estructural del Partido Bolchevique y, posteriormente, se convirtió en un pilar fundamental del sistema político soviético y de otros partidos comunistas en el mundo.
Este tipo de manipulación histórica y propaganda no es algo que quedó en los años 50. Hoy en día, por ejemplo, el presidente argentino Javier Milei usa un discurso anticomunista, comparando al comunismo con regímenes opresivos y diciendo que es una amenaza para la libertad y la prosperidad.
La historia no es un muerto; está viva y afecta nuestro presente. Las tensiones políticas, los conflictos sociales y hasta las relaciones internacionales tienen raíces históricas. Entender el pasado nos ayuda a tomar mejores decisiones y a construir un futuro más justo.