Osvaldo Bayer, el incorregible

27.03.2025

“Siempre me gustó investigar la suerte o la verdad sobre los más malditos de la sociedad”

Dice Osvaldo que, mientras haya miseria, no hay democracia. Será por eso que quizás su figura incomoda, alerta y es blanco perfecto para el negacionismo simbólico que intenta instalar a toda marcha el Gobierno, destruyendo un monumento que es una huella vívida de su paso por la patagonia. Con esto además, buscan destruir un cúmulo de ideas que en sus laboriosas y fundamentales investigaciones lograron encontrar un punto de partida para la comprensión de nuestra historia. Destruir la figura de Osvaldo, es un intento por destruir las luchas históricas de la clase obrera del Siglo XX, porque como decía Walsh, otro entrañable amigo de oficio “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia”. Hacer carne la memoria de Osvaldo es devolvernos ese gen rebelde y soberano que habitó nuestra tierra, que desafió los poderes establecidos organizados como clase y que dio cuenta de que la violencia no se inició en los 70, el aparato represivo estatal, en manos de unos u otros,  ha perseguido históricamente al pueblo que demanda lo que le corresponde.

 

Osvaldo Bayer fue un historiador anarquista, un libertario, cuando esa palabra aún tenía un significado reivindicativo de emancipación, de una serie de postulados que conciben una sociedad de iguales, sin opresión y en una profunda cooperación humana que el anarquismo siempre tuvo como principio rector de sus prácticas.

 

La rebeldía con causa

 

Al cumplir la mayoría de edad se negó a hacer el servicio militar y a modo de castigo lo destinaron a barrer y encerar pisos de los despachos de los oficiales durante dieciocho meses. Como trabajador de prensa en Clarín realizó la primera huelga en la historia de la redacción de ese diario, un año después de haber ingresado. En la ciudad bonaerense de Rauch promovió una consulta en 1963 para cambiar el nombre de la ciudad en alusión al coronel prusiano por “Arbolito”, el indio ranquel que le había dado muerte. Terminó detenido por orden del bisnieto Rauch, ministro del Interior de la dictadura, donde pasó 62 días preso en la cárcel de Riobamba.

 

Investigó durante más de diez años la historia de los 1500 obreros rurales de Santa Cruz asesinados entre 1920 y 1921. Bajo el gobierno “democratico” que nació tras la Ley Saenz Peña el gobierno de Yrigoyen buscó neutralizar las huelgas iniciadas por los trabajadores rurales firmando un convenio que las patronales extranjeras habían propuesto a los obreros que, lejos de cumplirse, funcionó como aparato de persecución y hostigamiento a cargo de la Sociedad Rural y La Liga Patriótica Argentina. 

 

Si los capitalistas no cumplen, entonces ¿qué esperan de nosotros?

 

Lo que sigue en la historia es la masacre de miles de trabajadores ordenada por el radical Yrigoyen y ejecutada por su Tte. Varela, en un acto de inmenso lacayismo que también divaga por nuestra tierra. Lo que nos dejó Bayer es tal vez la certeza de que el capitalismo no pide permiso, no tiene piedad, y que ante esto la rebeldía es nuestro más legítimo derecho. Que como él nos propongamos no tener piedad con los despiadados: “Mi falta de piedad con los asesinos, con los verdugos que actúan desde el poder, se reduce a descubrirlos, dejarlos desnudos ante la historia y la sociedad y reivindicar de alguna manera a los de abajo, a los que en todas las épocas salieron a la calle a dar sus gritos de protesta y fueron masacrados, tratados como delincuentes, torturados, robados, tirados en alguna fosa común”