Durante los días previos a la marcha, los esbirros mediáticos ya hacían circular supuestas versiones de la SIDE que señalaban la posibilidad de incidentes durante la jornada de protesta y que los piqueteros irían armados. De esta forma, el clima de represión ya se venía forjando desde los medios de comunicación y se anticipó la cacería que, finalmente, terminó siendo.
Llegado ese día, la policía bonaerense que respondía al gobernador Felipe Solá y el poder político en cabeza del presidente Eduardo Duhalde quisieron montar una escena de supuestos “enfrentamientos” entre los propios manifestantes. La participación del diario Clarín—con su nauseabunda tapa “La crisis causó dos nuevas muertes”—tenía como finalidad consagrar la impunidad de la policía y blindar al gobierno nacional que venía de sancionar la ley de pesificación asimétrica que beneficiaba al Grupo Clarín.
No obstante, gracias al trabajo de dos reporteros gráficos, se pudo desmontar dicha operación y fue precisamente a través de la lucha social y de organismos de derechos humanos que pudo lograrse la condena del entonces cabo de la Policía Bonaerense Alejandro Gabriel Acosta Castaño y su jefe, el excomisario Alfredo Fanchiotti.
La jornada de lucha en el Puente Pueyrredón en 2002 fue el corolario del ciclo de luchas que se iniciaron a mediados de la década de los 90 contra el modelo neoliberal de Menem desde la rebelión popular de Cutral Có y Plaza Huincul en 1996. Todo ese lustro estuvo marcado por la creciente represión estatal que tuvo su punto más alto el 19 y 20 de diciembre de 2001, pero también por la resistencia que crecía desde abajo, en las barriadas populares que se sumaban a los cortes de ruta y desafiaban la violencia institucional.
Se trataba de la irrupción de un nuevo sujeto político: el movimiento piquetero que aglutinaba a los desocupados y excluidos de un sistema que ya no cerraba ni en lo económico ni tampoco en lo social. Por tal motivo, se enfrentaba al poder con una conciencia política que iba en aumento y no sólo reclamaba mejoras en los planes sociales, sino también impulsaba una nueva agenda que implicaba el fin de la represión y del ajuste. Como consecuencia de los hechos de ese 26 de junio de 2002, la carrera política de Duhalde terminó y se vio obligado a adelantar la fecha de las elecciones.
Hoy no estamos en un periodo de ofensiva popular como en aquellos años, sino todo lo contrario. Estamos desorganizados, dispersos, esperando que vengan soluciones desde arriba y desunidos por internas partidarias o dogmatismos ideológicos que no tienen una correcta traducción práctica en el escenario político actual. Toda esta situación se produce en un contexto en el cual el ataque del capital concentrado contras las clases populares es feroz y el gobierno nacional avanza en proscripciones y limitaciones de las libertades democráticas. En otro guiño al poder político y empresarial, el año pasado, el poder judicial le otorgó libertad condicional al ex cabo Acosta.
Sin embargo, también observamos que comienzan a florecer episodios de resistencia y dignidad frente a la barbarie capitalista. La lucha de los jubilados los días miércoles, los trabajadores del Garrahan, del Astillero Río Santiago y Aceiteros, entre otros, son muestras de que hay capacidad para plantarse ante tanto atropello y entrega.
Para empezar a salir de esta encerrona, hay que retomar el ejemplo de Maxi y Darío que formaron parte de esa generación de jóvenes protagonistas de una rebelión popular que no sólo tiró abajo un gobierno como el de De la Rúa, sino también todo ese modelo de coloniaje y entrega producto del Consenso de Washington. Resaltamos esto último porque pareciera que determinadas enseñanzas se olvidan con el tiempo y otra vez debemos empezar de nuevo, como ya se lamentaba Rodolfo Walsh en su carta abierta.
Las únicas transformaciones profundas son las que lleva adelante el pueblo cuando libera su potencia plebeya en las calles, cuando se organiza para politizar su bronca y va construyendo poder popular, a medida que une todas las luchas y los conflictos sociales. Eso es lo que ocurrió en Argentina a través de los cortes de ruta, ollas y bibliotecas populares y comedores, es decir, cuando crea comunidad y desborda dirigencias e instituciones.
En épocas de crueldad, desinterés y desafección, hay que volver al ejemplo solidario de Darío que, en medio de la estación de Avellaneda, se quedó junto a su compañero para defenderlo de la represión. Habrá que reconstruir tejido social sobre ese principio de construcción horizontal, de sentir en lo más hondo de nuestro ser cualquier injusticia cometida contra cualquiera en cualquier parte del mundo. Habrá que recordar que las soluciones siempre están abajo y no en las cúpulas porque cuando hay organización, el poder tiembla.
Tenemos una historia colectiva de luchas que nos preceden y por eso urge trazar un hilo de continuidad con cada una de ellas y, específicamente, con los legados militantes de Maxi y Darío que, con su ternura rebelde e intransigente con los enemigos del pueblo, nos empujan a construir un porvenir deseable, sin explotación y, esencialmente, mucho más humano.