Los límites de la paciencia democrática

13.12.2024

A un año del gobierno de Milei, se hace indispensable formular un balance no sólo del primer aniversario de su gestión, sino especialmente de la etapa que se cerró en el campo popular y de la que no termina de inaugurarse. También habrá que preguntarse qué pasa con la conflictividad social y hasta dónde es admisible la paciencia democrática cuando la agresión de un gobierno es total y constante.

A un año del gobierno de Milei, se hace indispensable formular un balance no sólo del primer aniversario de su gestión, sino especialmente de la etapa que se cerró en el campo popular y de la que no termina de inaugurarse. También habrá que preguntarse qué pasa con la conflictividad social y hasta dónde es admisible la paciencia democrática cuando la agresión de un gobierno es total y constante.

1. El disciplinamiento económico

El gobierno empezó con una devaluación del 118% que, más allá de buscar una gigantesca transferencia de ingresos en favor de las clases dominantes, también tenía como objetivo desorganizar a la población.

 

Para el entramado social ya deteriorado que había dejado el gobierno del Frente de Todos, con aumento de la pobreza incluida, la devaluación de Caputo-Milei terminó siendo un golpe de gracia. Resulta muy difícil para las clases populares poder ejercer una resistencia efectiva si los precios de alimentos, servicios públicos, transporte y todo aquello que compone la canasta básica se dispararon de un día para otro. ¿Cómo se puede salir a luchar cuando tus prioridades—con absoluta lógica—van desde poder llenar el plato de comida de tus hijos, pagar la luz o el boleto para llegar al trabajo? Fue un ajuste brutal hecho sobre un ajuste que ya llevaba diez años.

 

Todo esto no fue gratuito. Según un reciente informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 49,9% de la población es pobre. Casi la mitad del país se encuentra bajo la línea de pobreza: 23 millones de personas. Esto representa un crecimiento de ocho puntos porcentuales y de cuatro millones de pobres con respecto a fines de 2023. El nivel de indigencia llegó al 12,9%, es decir, un punto más que el 11,9% registrado en 2023.

 

| 2. El disciplinamiento social

El gobierno empezó con una devaluación del 118% que, más allá de buscar una gigantesca transferencia de ingresos en favor de las clases dominantes, también tenía como objetivo desorganizar a la población.

 

Para el entramado social ya deteriorado que había dejado el gobierno del Frente de Todos, con aumento de la pobreza incluida, la devaluación de Caputo-Milei terminó siendo un golpe de gracia. Resulta muy difícil para las clases populares poder ejercer una resistencia efectiva si los precios de alimentos, servicios públicos, transporte y todo aquello que compone la canasta básica se dispararon de un día para otro. ¿Cómo se puede salir a luchar cuando tus prioridades—con absoluta lógica—van desde poder llenar el plato de comida de tus hijos, pagar la luz o el boleto para llegar al trabajo? Fue un ajuste brutal hecho sobre un ajuste que ya llevaba diez años.

 

Todo esto no fue gratuito. Según un reciente informe del Observatorio Social de la Universidad Católica Argentina (UCA), el 49,9% de la población es pobre. Casi la mitad del país se encuentra bajo la línea de pobreza: 23 millones de personas. Esto representa un crecimiento de ocho puntos porcentuales y de cuatro millones de pobres con respecto a fines de 2023. El nivel de indigencia llegó al 12,9%, es decir, un punto más que el 11,9% registrado en 2023.

| 3. El disciplinamiento político y la casta propia

El DNU 70/23 que, a la fecha, sigue vigente ya reformó o dejó sin efecto cientos de leyes y consolidó una estructura normativa en favor de los grupos concentrados. Si a ello le sumamos la sanción de la ley bases con sus facultades delegadas y su RIGI incluido, el aspecto institucional y jurídico del país ya es otro diferente al de hace un año.

 

Estos cambios profundos no hubiesen podido salir sin el apoyo de la UCR, el macrismo y sectores del peronismo “racional, moderado y bien pensante”. Por allí también anda Kueider intentando explicar sus miles de dólares.

 

El Congreso no frenó a Milei, como auguraban las almas bellas amantes de las instituciones y la República. El sistema político no lo detuvo y hasta lo acompañó fervientemente porque el compromiso lo tienen con el poder económico detrás de Milei. ¿Alguien cree que los “radicales con peluca”, el macrismo o el peronismo antikirchnerista no responden al capital concentrado? Trabajan para ganarse el favor de sus mandantes y ser los reemplazantes de Milei cuando haya que volver a la “normalidad.”

 

Sandra Pettovello acumuló durante todo 2024 decenas de demandas presentadas por Juan Grabois para que entregue los alimentos. También amontonó fallos que le ordenaban cumplir con dicha entrega, pero la funcionaria se encargó de apelar cada uno. Todavía sigue incumpliendo varias resoluciones judiciales, pero sin ninguna consecuencia. Llamativamente, para el Poder Judicial, no hay abuso de autoridad ni incumplimiento de los deberes de funcionario público. ¿La frutilla del postre será la designación en comisión de dos jueces de la Corte mediante DNU que le permitan blindar sus cambios estructurales?

| 4. Las fuerzas populares atrapadas en el ciclo que se cerró

El escenario hoy está configurado, de un lado, por Milei que corre los límites de lo que se creía posible tolerar y, del otro, las fuerzas populares que se encuentran acorraladas en la posición de “conservar los derechos conquistados”, sin poder defenderlos ni proponer un horizonte alternativo y superador en una Argentina hambreada y precarizada. Esa postura defensiva que hoy estamos asumiendo termina siendo favorable al gobierno que se muestra disruptivo y audaz mientras que nosotros terminamos siendo asimilados al status quo. 

 

A diferencia del campo popular, la ultraderecha construyó un enemigo al cual culpar: pueden ser los piqueteros, los estudiantes universitarios, los jubilados y sus medicamentos gratis, los estatales, los científicos o las feministas. Puede ser cualquiera, a excepción de los de arriba.

 

El aturdimiento, tras la victoria electoral y política—se debe remarcar esto último—de Milei es entendible, pero debemos superarlo. No obstante, los errores que nos trajeron hasta acá se siguen profundizando y van desde la incapacidad de pensar cómo plantarnos de verdad ante el poder real hasta el internismo cotidiano e inconducente por el control de eventuales cargos porque se continúa creyendo que la democracia se agota en las elecciones.

 

Permanecemos enfrascados en una lógica institucionalista de la cual no podemos salir. Es decir, no concebimos enfrentar al gobierno con otros métodos que no sean los del proyecto de repudio en el Congreso o la rosca palaciega. Hasta se llega a justificar el veto al aumento de las jubilaciones mínimas porque se trata de una facultad que le asiste al Poder Ejecutivo. La única respuesta para modificar esa situación sería esperar hasta las elecciones de 2025 para tener más cantidad de diputados y senadores. ¡Cómo si eso fuese una garantía!

 

Nos enojamos porque el gobierno no juega a la democracia con nuestras reglas, hace trampa y rompe acuerdos y consensos que creíamos consolidados. Llegó el momento de darse cuenta de que a Milei no le interesa en lo más mínimo la república ni sus instituciones.

 

Contrariamente a Macri, que le preocupaba aparentar cierto respeto por las formas democráticas, pese a ser la antítesis de un republicano en los hechos, este gobierno no se molesta ni en fingir. Dice explícitamente que no le interesa jugar bajo esas normas de convivencia política y, quizás, allí radique su fortaleza y su coherencia. La única institucionalidad que le importa a la ultraderecha es aquélla que le garantice el reseteo del país y nuestra derrota definitiva.

 

Nos dedicamos a denunciar la crueldad de este gobierno, pero continuamos ensimismados en el lugar de víctimas como si pudiésemos enternecer a los funcionarios libertarios o al capital concentrado que se regodea con el disciplinamiento social.

 

A veces, parece que nos sentimos más cómodos en la defensiva como si fuese más sencillo quejarnos porque el orden democrático formal no nos garantiza los derechos que somos merecedores. Se percibe una idea de repliegue, de esperar que se agote por sí sólo el modelo económico libertario que, supuestamente, tendría fecha de vencimiento y, cuando cambien los vientos, la sociedad nos volverá a elegir.

 

Por si quedaba alguna duda, estamos ante un ciclo nuevo, diferente a todo lo que conocimos antes. La excepcionalidad argentina que implicaba que un tipo como Milei no podía ganar una elección se quebró en el preciso momento en que se alzó con la victoria. Ya no es más una anomalía, sino por el contrario, la ultraderecha parece estabilizarse.

 

En este contexto, nos parece que emplear las mismas herramientas de los últimos tiempos para enfrentar este régimen político-económico es un error y no va a dar resultado.

| 5. Los límites de la paciencia democrática y la nueva institucionalidad

Alguna vez, durante el macrismo, Cristina dijo que estábamos ante una democracia de nula intensidad. Ciertamente, luego se extendió durante el propio gobierno del Frente de Todos y hasta se llegó al intento de magnicidio contra la ex presidenta, sin ningún tipo de reacción. Así se pavimentó el camino para la llegada de este gobierno.

 

Podemos decir que pasamos de una democracia de nula intensidad a una democracia blindada que sirve sólo si permite garantizar negocios a ese pequeño grupo de la economía concentrada y extranjerizante. Sus instituciones, en el mejor de los casos, están impotentes para poner algún límite a la voracidad del poder económico: en el peor, trabajan para consolidar o blindar el saqueo.

 

Ante este panorama, cabe preguntarse si es posible desarmar este entramado apelando únicamente a esas mismas instituciones o si se requiere desempolvar las reservas de lucha que históricamente tuvo este país.

 

Si la ultraderecha descree del valor en sí mismo de esta democracia, también nosotros debemos replantearnos cuánto nos sirve en estas condiciones y si vale la pena aferrarse a ella sin cuestionarla ni modificarla. En una disyuntiva democracia o dictadura, nadie podría titubear sobre qué elegir, pero, así como veníamos, con desigualdad social y sin un futuro que entusiasme a las mayorías, no podemos continuar. Hoy es una cáscara vacía.

 

Entonces tenemos que empezar a considerar que la democracia no se agota sólo en los actos eleccionarios ni en sus instituciones que hoy sólo están para hambrearnos y reprimirnos.

 

Posiblemente, llegue el momento de evaluar que la democracia también se construye de abajo hacia arriba, creando comunidad, tejiendo redes solidarias y edificando un nuevo colectivo social que no deposite sus expectativas en palacios u oficinas donde lo que prima son la rosca y el pragmatismo por conseguir el poder, pero sin querer transformar nada. Por ahí, llegó la hora de que ese colectivo asuma un protagonismo popular y empiece a resquebrajar esta democracia blindada.

 

¿Y cómo se sale de la inercia de la que venimos hace ya muchos años? Hay que comenzar a poner ciertos límites porque la paciencia y la tolerancia democrática no pueden ser infinitas por lo que una teoría y una praxis de la resistencia se vuelven urgentes.

 

No quedará otra que ser creativos, novedosos y agudizar el ingenio a la hora de pararse de frente a este gobierno. Las conquistas en este país se arrancaron en la calle, pero no de manera inorgánica, sino absolutamente organizada.

 

Habrá que agudizar la escucha y dejar de pelearse con el que votó diferente porque en ese río revuelto pesca la ultraderecha que sí tiene en claro su enemigo: todos nosotros. Por el contrario, tendremos que identificar el nuestro, ya que la precarización laboral, el saqueo de nuestros bienes comunes naturales, la especulación financiera e inmobiliaria y la inseguridad alimentaria tienen nombre y apellido. Hay que nombrarlos y buscar formas llamativas para traerlos a la discusión pública y enfrentarlos.

 

El orden neoliberal de los 90 no se terminó por decreto, ni por ley ni mucho menos por un amparo en Comodoro Py. Se empezó a caer en la calle con una fuerza arrolladora y, de allí, surgió una nueva institucionalidad basada en las consignas de “basta de represión” y “basta de ajuste”.

 

Si queremos cambiar esta democracia blindada por una nueva institucionalidad en la cual el colectivo social asuma el protagonismo, hay que recuperar la idea y el deseo de revolución tan ausente en nuestro país desde 1983 y oponerle a este gobierno de clase otro proyecto igual de radicalizado. Si el futuro que ellos diseñan está hecho sobre la inexistencia de la justicia social, ¿por qué el nuestro no puede, por ejemplo, imaginar un horizonte poscapitalista?

 

Como desearía Rodolfo Walsh, debe haber un hilo de continuidad con las rebeldías que nos precedieron para que, esta vez, no haya que partir de cero ni la lucha deba empezar de nuevo, separada de las anteriores en nuestra historia. Tenemos una experiencia colectiva que crear y un futuro socialmente justo que alumbrar.