Los fuegos del 26 de julio

El 26 de julio de 1953 se realizó el asalto al cuartel Moncada en Santiago de Cuba, un hito que marcaría los inicios de la Revolución Cubana. Fidel Castro y un grupo de revolucionarios había intentado una revolución, sin embargo fueron derrotados y se vieron obligados a exiliarse en Cuba. Años más tarde, en 1959 tomaron el poder por asalto y derrocaron a la dictadura de Batista garantizando así el triunfo de la revolución socialista. 

 

El Moncada constituye el primer acto de la Revolución Cubana, la única revolución socialista triunfante en nuestro continente. Asimismo, como alguna vez dijo Fidel, el asalto al Moncada enseñó a convertir los reveses en victorias porque esa revuelta fue derrotada y sus integrantes muertos o encarcelados pero la audacia de ese grupo de hombres y mujeres parió el proceso de transformación que vendría después.

 

El ejemplo del Moncada iluminó en los años posteriores el sueño de revolución de las juventudes de nuestro continente y también nos dio el concepto de pueblo, en tanto sujeto revolucionario. En palabras de Fidel, “cuando hablamos de pueblo no entendemos por tal a los sectores acomodados y conservadores de la nación, sino cuando hablamos de lucha, a la gran masa irredenta, a la que todos ofrecen y a la que todos engañan y traicionan, la que anhela una patria mejor y más digna y más justa; la que ansía grandes y sabias transformaciones en todos los órdenes y está dispuesta a dar para lograrlo, cuando crea en algo o en alguien, sobre todo cuando crea suficientemente en sí misma, hasta la última gota de sangre.”

 

Por otro lado, no se puede no mencionar que por aquella época Latinoamérica vivía un despertar de ideas fuertemente vinculadas al nacionalismo popular y al antiimperialismo. Un año antes, el mismo día pero en 1952 falleció Evita, una figura discutida por los marxistas pero que para un sector importante de la clase obrera fue “la abanderada de los humildes”. En sus discursos encontramos el desafío hacia los límites de lo posible. 

 

La muerte de Evita y el Moncada son dos hitos que se pudieron haber leído, en principio, como dos derrotas para las clases trabajadoras de Cuba y Argentina, pero también mostraron que el deseo de liberación de los pueblos puede y debe ser organizado como horizonte hacia un futuro posible de alcanzar. En el caso cubano, se evidenció que el régimen de Batista estaba descompuesto y su ejército no tenía la moral suficiente para enfrentar a los revolucionarios del M26 que habían asumido la causa del pueblo. En el caso argentino, la muerte de Eva Perón, pese a sus constantes contradicciones, dejó al movimiento obrero con la necesidad de que ese sujeto social asumiese un protagonismo popular y una mayor radicalización sin tanta mediación de la cúpula peronista como efectivamente terminó ocurriendo tras el golpe de 1955 cuando Evita fue de alguna manera y junto al Che y Fidel, una bandera de la resistencia y de la guerra popular que sus bases asumirían durante las décadas del 60 y 70.

 

Ahora bien, las posiciones policlasistas y contradictorias de Evita y Perón, que mientras hablaban de independencia económica, soberanía nacional y justicia social, rompían huelgas y reprimían o perseguían a la oposición por izquierda impidieron la organización de una revolución en Argentina. Y eso también nos explica que más allá de los iconos populares, lo que debe prevalecer es la idea, el imaginario de un futuro en donde la clase obrera pueda lograr su emancipación. Las crisis que vemos hoy en el peronismo son producto de su imaginario de un futuro donde el capitalismo nacional era realizable y las clases podrían convivir en paz, algo que se demostró que fracasó. Sin embargo en Cuba, aunque quede mucho por discutir y seguramente el gobierno de Fidel y Raúl Castro, como hoy el de Díaz-Canel tengan también sus contradicciones, lograron elevar a la clase obrera como clase nacional y ponerle fin al decadente régimen capitalista. 

 

Pensar hoy en el 26 de julio significa dejar a un lado el dogmatismo, las creencias de que tenemos las recetas y fórmulas para ganar y retomar aquella definición de pueblo que nos daba Fidel para resignificarla en nuestro tiempo con el mismo fuego sagrado de quienes se jugaron la vida en el Moncada. Necesitamos recuperar la idea de cambiar de raíz este presente de miseria y dependencia al que nos somete el capitalismo más salvaje hoy expresado en el gobierno de Javier Milei.



Incluso al margen de los debates en torno a Cuba hoy, y a las contradicciones de Evita, hay un hilo conector en las siguientes frases: “nuestra patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas” (Eva Perón) y “nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie” (Fidel Castro). En el caso argentino solo fueron reformas pero no sé cambió nada de fondo, y en el caso cubano se cambió absolutamente todo lo que debía ser cambiado. Si hacemos una observación, y pese al bloqueo criminal que hoy viven, Cuba es el mejor ejemplo de una alternativa real al capitalismo y la explotación del hombre por el hombre.