En un contexto de polarización política a nivel global es común que se utilicen múltiples artilugios de descalificación del adversario. La violencia política en el discurso de los funcionarios del Gobierno es algo a lo que a esta altura ya estamos habituades. Empezando por el Presidente, La Libertad Avanza es un espacio en el que se humillan todos los tipos de existencia que se busca eliminar. Y por casa ¿cómo andamos?
El problema es que los sectores a los que les parece mal la violencia de Milei, reproducen esas mismas formas y contenidos. Y hablo de la naturalización de la violencia en un modo no constructivo, porque si por lo menos se fogoneara lucha de clases, sería un uso positivo de la violencia y el odio. Pero no.
Obviamente es desigual el ejercicio de poder que hacen los funcionarios que deciden el destino de nuestras vidas con respecto al que ejerce cualquier twittero. Pero me parece interesante en particular problematizar las prácticas de socialización que nos trae la ola reaccionaria y las derechas radicalizadas y analizar las apropiaciones que realizamos desde lo que sea que sea el campo popular por llamarle de algún modo.
Nos molesta la violencia discursiva del Presidente pero lo más inteligente que tenemos para responderle es que es mogólico. Primero, usar la palabra mogólico como insulto es sumamente discriminatorio. Y no es por ser políticamente correctos, es porque reproduce el capacitismo. En un sistema que exige rendir, poder siempre, poder más, no tener retraso, no retrasarse, no parar, llevarse todo puesto, la naturaleza, el mundo, les otres, etc., usar la palabra mogólico para descalificar es lo más capitalista que hay.
Y en segundo término, decir “ya te dije que el presidente es mogóligo” es una mierda, es reducir la discusión política a cero y no tener argumentos. No se pueden reemplazar los argumentos por insultos. Eso es lo que hace LLA porque no los tienen. Nos propusieron ese juego y nosotros entramos.
Vale la pena parar para evaluar que somos una máquina de repetir las formas que trajo LLA a la política. Nos marcan la agenda con sus provocaciones, nos imponen sus formas y nos anulan el debate. Ellos ponen las reglas de un juego perverso y nosotros vamos y lo jugamos porque “es divertido” o porque “todo el mundo lo hace”. No es que la política tenga que ser algo solemne y alejada del humor, pero ¿qué otra cosa diferente se nos ocurre construir que convoque la risa sin reproducir las violencias sistemáticas? ¿Qué podemos hacer para no ser unos libertarios de izquierda?