Escrito: En 1919.
Primera publicación: En Pravda, núm. 250, 7 de noviembre de 1919.
Fuente: Biblioteca de Textos Marxistas.
Preparado para el MIA: Por Juan Fajardo, diciembre de 2000.
Tenía proyectado escribir para el segundo aniversario del Poder soviético un pequeño folleto sobre el tema indicado en el título. Pero con el ajetreo del trabajo diario no he logrado hasta ahora ir más allá de la preparación preliminar de algunas partes. Por eso, he resuelto tratar de hacer una exposición breve y sumaria de las ideas más esenciales, a mi modo de ver, en esta cuestión. Naturalmente, el carácter resumido de la exposición encierra muchas dificultades e inconvenientes. Pero quizás para un pequeño artículo periodístico puede ser realizable este objetivo modesto: plantear la cuestión y sus fundamentos para su discusión por los comunistas de los diferentes países.
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Teóricamente, no cabe duda de que entre el capitalismo y el comunismo existe cierto período de transición. Este período no puede dejar de reunir los rasgos o las propiedades de ambas formaciones de la economía social, no puede dejar de ser un período de lucha entre el capitalismo agonizante y el comunismo naciente; o en otras palabras: entre el capitalismo vencido, pero no aniquilado, y el comunismo ya nacido, pero muy débil aún.
La necesidad de toda una época histórica, que se distinga por estos rasgos del período de transición, debe ser clara por sí misma, no sólo para un marxista, sino para toda persona instruida que conozca de una u otra manera la teoría del desarrollo. Y, sin embargo, todos los discursos que sobre la transición al socialismo escuchamos de labios de los actuales representantes de la democracia pequeñoburguesa (tales son, a pesar de su pretendida etiqueta socialista, todos los representantes de la II Internacional, incluyendo a gentes del corte de MacDonald y Jean Longuet, de Kautsky y Friedrich Adler) se distinguen por el completo olvido de esta verdad evidente. A los demócratas pequeñoburgueses les son propios la aversión a la lucha de clases, los sueños sobre la posibilidad de prescindir de ella, la aspiración a atenuar, conciliar y limar sus agudas aristas. Por eso, los demócratas de esta especie o se desentienden de cualquier reconocimiento de todo un período histórico de transición del capitalismo al comunismo o consideran que su tarea es inventar planes para conciliar ambas fuerzas en pugna, en lugar de dirigir la lucha de una de estas fuerzas.
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En Rusia, la dictadura del proletariado tiene que distinguirse inevitablemente por ciertas particularidades en comparación con los países avanzados, como consecuencia del inmenso atraso y del carácter pequeñoburgués de nuestro país. Pero las fuerzas fundamentales — y las formas fundamentales de la economía social — son, en Rusia, las mismas que en cualquier país capitalista, por lo que estas particulariclades pueden referirse tan sólo a lo que no es esencial.
Estas formas básicas de la economía social son: el capitalismo, la pequeña producción mercantil y el comunismo. Y las fuerzas básicas son: la burguesía, la pequeña burguesía (particularmente los campesinos) y el proletariado.
La economía de Rusia en la época de la dictadura del proletariado representa la lucha que en sus primeros pasos sostiene el trabajo mancomunado al modo comunista — en escala única de un enorme Estado — contra la pequeña producción mercantil, contra el capitalismo que sigue subsistiendo y contra el que revive sobre la base de esta producción.
El trabajo está mancomunado en Rusia a la manera comunista por cuanto, primero, está abolida la propiedad privada sobre los medios de producción y, segundo, porque el Poder proletario del Estado organiza en escala nacional la gran producción en las tierras y empresas estatales, distribuye la mano de obra entre las diferentes ramas de la economía y entre las empresas, distribuye entre los trabajadores inmensas cantidades de artículos de consumo pertenecientes al Estado.
Hablamos de los “primeros pasos” del comunismo en Rusia (como lo dice también el programa de nuestro Partido aprobado en marzo de 1919), ya que estas condiciones las hemos realizado sólo en parte, o dicho con otras palabras: la realización de estas condiciones se encuentra sólo en su fase inicial. De una vez, con un solo golpe revolucionario, se ha hecho todo cuanto puede, en general, hacerse de un golpe: por ejemplo, ya el primer día de la dictadura del proletariado, el 26 de octubre de 1917 (8 de noviembre de 1917), fue abolida la propiedad privada de la tierra y fueron expropiados sin indemnización los grandes propietarios de la tierra. En unos meses fueron expropiados, también sin indemnización, casi todos los grandes capitalistas, los dueños de fábricas, empresas de sociedades anónimas, bancos, ferrocarriles, etc. La organización de la gran producción industrial por el Estado, el tránsito del “control obrero” a la “administración obrera” de las fábricas y ferrocarriles, está ya realizado en sus rasgos más importantes y fundamentales; pero con respecto a la agricultura esto no ha hecho más que empezar (las “haciendas soviéticas”, grandes explotaciones organizadas por el Estado obrero sobre las tierras del Estado). Igualmente apenas ha comenzado la organización de las diferentes formas de cooperación de los pequeños labradores, como tránsito de la pequeña producción agrícola mercantil a la agricultura comunista*. Lo mismo cabe decir de la organización estatal de la distribución de los productos en sustitución del comercio privado, es decir, en lo que atañe al acopio y al envío de cereales a las ciudades y de los artículos industriales al campo por el Estado. Más abajo daremos los datos estadísticos que poseemos sobre esta cuestión.
La economía campesina continúa siendo una pequeña producción mercantil. Hay aquí para el capitalismo una base extraordinariamente amplia y dotada de raíces muy profundas y muy sólidas. Sobre esta base, el capitalismo se mantiene y revive de nuevo, luchando de la manera más encarnizada contra el comunismo. Las formas de esta lucha son: la venta clandestina y la especulación contra los acopios estatales de cereal (al igual que de otros productos) y en general contra la distribución estatal de los productos.
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Para ilustrar estas tesis teóricas abstractas, citaremos datos concretos.
El acopio estatal de cereales en Rusia, según datos del Comisariado del Pueblo de Abastecimiento, ha dado, desde el 1.ƒ de agosto de 1917 al 1.ƒ de agosto de 1918, cerca de 30 millones de puds. Al otro año, cerca de 110 millones de puds. En los primeros tres meses de la campaña siguiente (1919-1920), los acopios alcanzarán, por lo visto, cerca de 45 millones de puds, contra 37 millones en los mismos meses (agosto-octubre) del año 1918.
Estas cifras revelan claramente un lento pero constante mejoramiento en el sentido de la victoria del comunismo sobre el capitalismo. Se obtiene este mejoramiento a pesar de las inauditas dificultades motivadas por la guerra civil, que los capitalistas rusos y extranjeros organizan poniendo en tensión todas las fuerzas de las potencias más poderosas del mundo.
Por eso, por más que mientan y calumnien los burgueses de todos los países y sus cómplices francos o encubiertos (los “socialistas” de la II Internacional), es indudable que, desde el punto de vista del problema económico fundamental de la dictadura del proletariado, en nuestro país está asegurada la victoria del comunismo sobre el capitalismo. Si la burguesía de todo el mundo está enrabiada y enfurecida contra el bolchevismo, si organiza invasiones armadas, complots, etc., contra los bolcheviques, es precisamente porque comprende muy bien lo inevitable de nuestra victoria en la reestructuración de la economía social, a menos que nos aplaste por la fuerza militar. Pero no consigue aplastarnos por ese procedimiento.
El cuadro que sigue a continuación permite ver en qué medida, precisamente, hemos vencido ya al capitalismo, en el poco tiempo que nos fue concedido y entre las dificultades sin precedentes en que nos hemos visto obligados a actuar. La Dirección Central de Estadística acaba de preparar para la prensa datos sobre la producción y el consumo de cereales no de toda la Rusia Soviética, sino de 26 provincias solamente.
He aquí las cifras:
Así, pues, aproximadamente la mitad de los cereales para las ciudades la da el Comisariado de Abastecimiento; la otra mitad, los especuladores. La investigación exacta de la alimentación de los obreros de las ciudades en 1918 ha dado precisamente esta proporción. Advirtamos que los obreros pagan por el cereal proporcionado por el Estado la novena parte que por el de los especuladores. El precio de especulación es equivalente al décuplo que el precio del Estado. Así lo dice el estudio concienzudo del presupuesto de los obreros.
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Los datos citados, si se piensa bien en ellos, proporcionan un material exacto acerca de todos los rasgos fundamentales de la economía actual en Rusia.
Los trabajadores han sido liberados de sus opresores y explotadores seculares, los terratenientes y capitalistas. Este paso de la verdadera libertad y de la verdadera igualdad, paso que por su grandeza, magnitud y rapidez no tiene precedente en el mundo, no ha sido tomado en consideración por los partidarios de la burguesía (incluidos los demócratas pequeñoburgueses), los cuales hablan de la libertad y de la igualdad en el sentido de la democracia burguesa parlamentaria, proclamándola falsamente “democracia” en general o “democracia pura” (Kautsky).
Pero los trabajadores toman en consideración precisamente la verdadera igualdad, la verdadera libertad (la que implica verse libre de terratenientes y capitalistas), por eso apoyan con tanta firmeza al Poder soviético.
En este país campesino, han sido los campesinos en general los primeros en salir favorecidos, los que más han ganado y los que de golpe han gozado los beneficios de la dictadura del proletariado. Bajo el régimen de los terratenientes y capitalistas, en Rusia los campesinos padecían hambre. En el transcurso de largos siglos de nuestra historia, los campesinos jamás tuvieron la posibilidad de trabajar para sí: pasaban hambre, entregando cientos de millones de puds de trigo a los capitalistas, a las ciudades y al extranjero. Bajo la dictadura del proletariado, el campesino por primera vez trabaja para sí y se alimenta mejor que el habitante de la ciudad. El campesino ha visto por primera vez la libertad de hecho: la libertad de comer su propio pan, la libertad de no pasar hambre. Se ha establecido, como es sabido, la igualdad máxima en el reparto de las tierras: en la gran mayoría de los casos, los campesinos reparten la tierra “por el número de bocas”.
Socialismo significa la abolición de las clases.
Para abolir las clases, es preciso, primero, derribar a los terratenientes y a los capitalistas. Esta parte de la tarea la hemos cumplido, pero es sólo una parte y, ademas, no es la más difícil. Para abolir las clases, es preciso, en segundo lugar, suprimir la diferencia entre los obreros y los campesinos, convertir a todos en trabajadores. Esto no es posible hacerlo de golpe. Esta es una tarea incomparablemente más difícil y, por la fuerza de la necesidad, de larga duración. No es una tarea que pueda resolverse con el derrocamiento de una clase cualquiera. Sólo puede resolverse mediante la reorganización de toda la economía social, pasando de la pequeña producción mercantil, individual y aislada, a la gran producción colectiva. Este tránsito es, por necesidad, extraordinariamente largo, y las medidas administrativas y legislativas precipitadas e imprudentes sólo conducirían a hacerlo más lento y difícil. Solamente cabe acelerarlo prestando a los campesinos una ayuda que les permita mejorar en enorme medida toda la técnica agrícola, transformándola de raíz.
Para resolver esta segunda parte de la tarea, la más difícil, el proletariado, después de haber vencido a la burguesía, debe aplicar inalterablemente la siguiente línea fundamental en su política con respecto a los campesinos: el proletariado debe distinguir, diferenciar a los campesinos trabajadores de los campesinos propietarios, al campesino trabajador del campesino mercader, al campesino laborioso del campesino especulador.
En esta delimitación reside toda la esencia del socialismo.
Y no es extraño que los socialistas de palabra y demócratas pequeñoburgueses de hecho (los Mártov y los Chernov, los Kautsky y Cía.) no comprendan esta esencia del socialismo. La delimitación aquí indicada es muy difícil, pues en la vida práctica todos los rasgos propios del “campesino”, por variados y contradictorios que sean, forman un todo único. No obstante, la delimitación es posible, y no sólo posible, sino que emana inevitablemente de las condiciones de la hacienda y de la vida del campesino. El campesino trabajador ha estado oprimido durante siglos por los terratenientes, los capitalistas, los mercaderes, los especuladores y su Estado, incluyendo a las repúblicas burguesas más democráticas. El campesino trabajador ha ido formando durante siglos su odio y su animosidad contra estos opresores y explotadores, y esta “formación”, producto de la vida misma, obliga a los campesinos a buscar la alianza con los obreros contra el capitalista, contra el especulador, contra el mercader. Pero, al mismo tiempo, las circunstancias económicas, las circunstancias de la economía mercantil, convierten de modo inevitable al campesino (no siempre, pero sí en una gran mayoría de casos) en mercader y especulador.
Los datos estadísticos arriba citados muestran con claridad la diferencia que existe entre el campesino trabajador y el campesino especulador. Los campesinos que en 1918-1919 dieron a los obreros hambrientos de las ciudades 40 millones de puds de cereal, a los precios de tasa fijados por el Estado y a través de los organismos estatales, a pesar de todos los defectos de estos organismos, defectos perfectamente conocidos por el gobierno obrero, pero irremediables en el primer período de transición al socialismo, estos campesinos son unos campesinos trabajadores, unos camaradas de los obreros socialistas con todos los derechos, sus aliados más seguros, sus hermanos carnales en la lucha contra el yugo del capital. Pero esos otros campesinos que vendieron a escondidas 40 millones de puds de cereal a un precio equivalente al décuplo que el fijado por el Estado, aprovechándose de la penuria y del hambre del obrero de la ciudad, defraudando al Estado, aumentando y engendrando por todas partes el engaño, el pillaje y las maniobras fraudulentas, esos campesinos son unos especuladores, unos aliados del capitalista, unos enemigos de clase del obrero, unos explotadores. Pues tener sobrantes de cereal recolectado en las tierras que pertenecen al Estado, con la ayuda de aperos en cuya creación fue invertido, de uno u otro modo, no sólo el esfuerzo del campesino, sino también el del obrero, etc., tener sobrantes de cereal y especular con ellos significa ser un explotador del obrero hambriento.
Vosotros violáis la libertad, la igualdad, la democracia, nos gritan desde todos lados, señalando la desigualdad entre el obrero y el campesino en nuestra Constitución, la disolución de la Asamblea Constituyente, las requisas forzosas de los excedentes de cereal, etc. Nosotros replicamos: no ha habido en el mundo Estado que haya hecho tanto para eliminar la verdadera desigualdad y la verdadera falta de libertad que ha padecido durante siglos el campesino laborioso. Pero jamás reconoceremos la igualdad con el campesino especulador, como no reconoceremos la “igualdad” del explotador con el explotado, del harto con el hambriento, la “libertad” del primero de robar al segundo. Y a aquellos hombres instruidos que no quieran comprender estas diferencias, nosotros los trataremos como a los guardias blancos, aunque se llamen demócratas, socialistas, internacionalistas, los Kautsky, los Chernov, los Mártov.
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El socialismo es la supresión de las clases. La dictadura del proletariado ha hecho en este sentido todo lo que estaba a su alcance. Pero no se puede suprimir de golpe las clases.
Y las clases han quedado y quedarán durante la época de la dictadura del proletariado. La dictadura dejará de ser necesaria cuando desaparezcan las clases. Y sin la dictadura del proletariado las clases no desaparecerán.
Las clases han quedado, pero cada una de ellas se ha modificado en la época de la dictadura del proletariado; han variado igualmente las relaciones entre ellas. La lucha de clases no desaparece bajo la dictadura del proletariado, lo único que hace es adoptar otras formas.
El proletariado, bajo el capitalismo, era una clase oprimida, una clase que había sido desprovista de toda propiedad sobre los medios de producción, la única clase opuesta directa e íntegramente a la burguesía, y por eso la única capaz de ser revolucionaria hasta el fin. El proletariado, al derrocar a la burguesía y conquistar el Poder político, se ha convertido en la clase dominante: tiene en sus manos el Poder del Estado, dispone de los medios de producción ya socializados, dirige a los elementos y las clases vacilantes, intermedios, aplasta la resistencia de los explotadores, que se manifiesta con energía creciente. Todas éstas son las tareas especiales de la lucha de clases, tareas que antes el proletariado no se las había planteado ni podía planteárselas.
La clase de los explotadores, los terratenientes y capitalistas, no ha desaparecido ni puede desaparecer de golpe bajo la dictadura del proletariado. Los explotadores han sido derrotados, pero no aniquilados. Aún tienen una base internacional, el capital internacional, del cual son una sucursal. Aún tienen, en parte, algunos medios de producción, aún tienen dinero, aún tienen amplios vínculos sociales. Precisamente a causa de su derrota, se ha multiplicado en cien y en mil veces su fuerza de resistencia. El “arte” de la administración estatal, militar y económica les da una superioridad, una superioridad muy grande, de modo que su importancia es inconmensurablemente mayor que su proporción numérica en la población. La lucha de clases que libran los explotadores derrocados contra la victoriosa vanguardia de los explotados, es decir, contra el proletariado, se ha vuelto incomparablemente más encarnizada. Y no puede ser de otra manera, si se trata de una revolución, si no se reemplaza este concepto (como lo hacen todos los héroes de la II Internacional) por ilusiones reformistas.
Por último, el campesinado, como toda la pequeña burguesía en general, ocupa bajo la dictadura del proletariado una situación intermedia: por un lado, representa una masa de trabajadores, bastante considerable (y en la Rusia atrasada, una masa inmensa), unida por el interés, común a los trabajadores, de emanciparse del terrateniente y del capitalista; y por otro lado, son pequeños patronos, propietarios y comerciantes aislados. Tal situación económica provoca inevitablemente su oscilación entre el proletariado y la burguesía. Y en las condiciones de la lucha agudizada entre estos últimos, de la ruptura extraordinariamente brusca de todas las relaciones sociales, ante la máxima costumbre de lo viejo, lo rutinario, lo invariable, tan arraigada precisamente entre los campesinos y los pequeños burgueses en general, es lógico que observemos inevitablemente entre ellos evasiones de un campo a otro, vacilaciones, virajes, inseguridad, etc.
En relación a esta clase — o a estos elementos sociales –, al proletariado le incumbe la tarea de dirigir, de luchar por la influencia sobre ella. Conducir tras sí a los vacilantes e inestables es lo que debe hacer el proletariado.
Si confrontamos todas las fuerzas o clases fundamentales y sus relaciones mutuas modificadas por la dictadura del proletariado, veremos qué ilimitado absurdo teórico, qué estupidez constituye la opinión pequeñoburguesa en boga entre los representantes de la II Internacional de que se puede pasar al socialismo “a través de la democracia” en general. La base de este error reside en el prejuicio, heredado de la burguesía, de que la “democracia” tiene un contenido absoluto, independiente de las clases. Pero, de hecho, la democracia pasa a una fase absolutamente nueva bajo la dictadura del proletariado, y la lucha de clases se eleva a un grado superior, sometiendo a su dominio todas y cada una de las formas políticas.
Las frases comunes sobre la libertad, la igualdad y la democracia equivalen en el fondo a una repetición ciega de conceptos plasmados por las relaciones de la producción mercantil. Querer resolver por medio de estas frases comunes las tareas concretas de la dictadura del proletariado, significa pasarse en toda la línea a las posiciones teóricas y de principio de la burguesía. Desde el punto de vista del proletariado, la cuestión se plantea sólo así: ¿liberación de la opresión ejercida por qué clase?, ¿igualdad entre qué clases?, ¿democracia sobre la base de la propiedad privada o sobre la base de la lucha por la supresión de la propiedad privada?, etc.
En su Anti-Dühring, Engels aclaró hace tiempo que la noción de igualdad ha sido moldeada por las relacioncs de la producción mercantil; la igualdad se transforma en prejuicio si no se comprende como la abolición de las clases [**]. Esta verdad elemental relativa a la diferencia de la concepción democraticoburguesa y la socialista sobre la igualdad es olvidada constantemente. Cuando no se la olvida resulta evidente que el proletariado, al derrocar a la burguesía, da con ello el paso más decisivo hacia la supresión de las clases, y que para coronar esto el proletariado debe continuar su lucha de clase utilizando el aparato del Poder del Estado y aplicando diferentes métodos de lucha, de influencia, de acción con respecto a la burguesia derrocada y a la pequeña burguesia vacilante.
(Continuará ) [***]
30 de octubre de 1919.