El fin de la representatividad

22.04.2025

Sobre quien escribe

 

Vivo en Rosario, y todos los sábados, de diez a doce del mediodía, mantengo junto a un equipo de militantes un fortalecimiento educativo: se articula con instituciones del barrio, se tejen redes, se les da un desayuno y almuerzo a les niñes que asisten, se hace la tarea y se comparten valores comunitarios. A su vez, me clavé tres horas sentado en un pupitre viendo cómo abrían boletas dobladas y fijándome si lo que cantaban era acorde a la crucecita hecha ¿Cómo puedo hacer cosas tan disímiles?

 

Milito en Ciudad Futura, un partido de movimientos creado en 2013 en la confluencia de dos movimientos sociales de Rosario: Movimiento Giros y Movimiento 26 de junio, ambos en las antípodas territoriales de la ciudad. Soy anarquista, tengo una remera del EZLN, me leí de arriba a abajo La conquista del pan, y fiscalicé (y milité puerta por puerta) para el candidato a concejal y convencional constituyente del partido que encabeza la lista de la coalición (Rosario sin miedo) y la alianza que integra esa coalición (Más para Santa Fe). Surge la misma pregunta ¿Cómo puedo hacer cosas tan disímiles? 

 

La imposibilidad de la representación

 

Ya nada representa. Representación entendida como volver a hacer presente. Es posible, de manera virtual, representar un árbol en la pintura, una emoción en el lenguaje, un movimiento en el teatro; pero cuando se habla de política parece un chiste: volver a hacer presente una intención y una voluntad individual política a la hora de la gestión resulta imposible. El votante tiene en mente que aquel a quien vota haga presente en su discurso y su accionar la forma de actuar y la forma de pensar del votante. Fulano tiene que hacer lo que yo haría en su lugar. Y en base a eso se genera representatividad. Sin embargo, quedan cada vez menos votantes que sientan que su individualidad política se haga presente en la individualidad política de Fulano, y esto es el principio de identidad aristotélico: donde hay a no puede haber b en su lugar. Fulano es fulano y jamás va a representar tal cual mi individualidad porque a es a y b es b. 

 

Podríamos hacernos la siguiente pregunta ¿Qué pasaría si en vez de exigir (virtualmente imposible) que Fulano haga lo que yo haría en su lugar, le exijo algo a un proyecto, supongamos, el proyecto Sultano? 

 

Candidatos y proyectos

 

“Hay varios precandidatos, pero el candidato del Frente para la Victoria es el proyecto nacional que conduce la presidenta Cristina Fernández de Kirchner”, afirmó en 2015 el titular de Aerolíneas Argentinas, Mariano Recalde. Esta afirmación, dicha por un alto cargo del Estado, instaló un modo de, al menos, interpretar el problema electoral: puso al mismo nivel un candidato y un proyecto. La afirmación (reducida) ‘El candidato es el proyecto’ es una oración que tiene un verbo copulativo. El verbo copulativo (ser) tiene una función ecuativa, es decir, iguala los terminos. Así, el candidato y el proyecto son intercambiables: se puede afirmar también que El proyecto es el candidato. Dicho así, parece un disparate ¿Como un ser humano puede tener las mismas propiedades de manera intrínseca que tiene un proyecto? Pero si nos ponemos a pensar, la frase está legitimada: las últimas tres instancias de sufragio presidencial (2015, 2019, 2024) de una manera u otra el resultado fue no la victoria de un modo de hacer, un programa, un conjunto de políticas pensadas táctica y estratégicamente, si no el de una Voz que enunciaba algo semejante a una forma de vida: un candidato. ¿Qué pasaría si en vez de votar candidatos votáramos proyectos? 

 

En nuestra democracia burguesa, en el cuarto oscuro me refiero, no se pueden votar proyectos. Como actualmente se plantean las votaciones en general es de la siguiente manera

 

Formación Partidaria→ Representante Partidario → Voto ← Votante

 

En el mejor de los casos, se nos ofrece y votamos el ejecutor de un proyecto establecido y pensado táctica y estratégicamente:

 

Formación Partidaria → Proyecto → Ejecutor → Voto ← Votante

 

Pero nunca podremos votar en sí un proyecto porque uno no puede poner en una urna un papel que diga “Voto por un proyecto de socialismo del siglo XXI”. Por eso la democracia ha fallado: no se puede salvar la distancia de la representación: siempre hay en el medio un individuo en el que tenemos que confiar. La única solución que encontramos, si queremos disputar electoralmente la hegemonía no de un nombre si no de un proyecto, es correr a los sujetos de en medio y quedarnos con el objeto. ¿Es posible? No, porque el objeto, si no hay sujeto ejecutante, es una idea que no tiene forma de operar en la realidad. Queda una sola opción: convertirnos en el sujeto.

 

La dinámica de votación de una asamble sería la siguiente:



Asambleístas → proyecto

 

Son los que votan los que se encargan de llevar adelante aquello que votan. No hay delegación. Es una trampa creer que la solución es “votar proyectos” porque las mecánicas tal como las propone la democracia burguesa son las del mercado: 

 

oferente-oferta-demanda-consumidor

Partido-proyecto-voto-votante.

 

Otras formas (quien escribe aparece)


¿Cómo puedo hacer cosas tan disímiles? Militar en el territorio, panfletear candidatos, extasiarme con Bakunin y fiscalizar un domingo a las ocho de la noche. Porque el espacio en el cual estoy organizado, Ciudad Futura, reacciona de manera diferente ante la representatividad. Se entiende principalmente como el juego que lastimosamente hay que jugar para que las acciones que sirven de base material tengan un impacto eficiente y eficaz en las dinámicas sociales cotidianas. Ciudad Futura va más allá: propone el candidato que propone el proyecto pero además, propone el proyecto sustentado en una praxis efectiva, constatable, material, donde el sujeto elabora un objeto que después tiene que trabajar (en mi caso, el Fortalecimiento Educativo). Una de las herramientas principales del partido es la del proyecto prefigurativo, heredada de los movimientos filo-anarquistas, en las que se lleva a cabo una estrategia o práctica que refleja exactamente cómo sería el modelo de sociedad en el futuro que se persigue. Por eso puedo hacer cosas tan disímiles, porque aunque la democracia burguesa sea una eterna trampa, también tengo un espacio de acción donde mis decisiones valen y mis ideas se discuten, se tensionan y hasta se refutan.