Llegado a este punto donde las mayorías luchan por sobrevivir a las políticas de un gobierno al servicio de los grandes capitales internacionales y poniéndose al servicio del imperialismo mas atroz, ya no sirve mas el consenso y las posiciones de “centro”. Nosotros también tenemos el derecho a radicalizarnos.
1.- El capital concentrado y su guerra económica
El poder económico está de fiesta desde 2015. Hace casi diez años que avanzan sobre el derecho de trabajadores y jubilados casi sin ningún tipo de resistencia, con la excepción de las grandes movilizaciones contra la reforma jubilatoria de 2017.
La fenomenal transferencia de ingresos desde los asalariados formales e informales hacia los sectores más concentrados de la economía ha sido colosal con la megadevaluación del 118% de diciembre de 2023 del gobierno de Javier Milei.
Como señaló recientemente Claudio Lozano, con el salto cambiario y la desregulación del sistema de precios se aceleró la inflación y se derrumbó la actividad económica, lo que empeoró todos los indicadores sociales. Tenemos ocho millones de personas más bajo la línea de pobreza y cinco millones de ellas en situación de indigencia. La situación es angustiante: el 45% de los ocupados son pobres y el 33% de los trabajadores formales también.
La motosierra y licuadora libertaria ocasionó en el primer trimestre del año una caída de 655.000 puestos de trabajo respecto al trimestre anterior. La mayor caída se constató entre los asalariados no registrados, que sólo en un trimestre se redujeron en 347.000.
Según el centro de estudios de la CTA, en junio de 2024, el salario real promedio del sector público se ubicó 18,9% por debajo del nivel de noviembre de 2023, mientras que el último dato del salario medio registrado privado lo ubicó 26,4% por debajo de noviembre de 2015 mientras que el salario público está 41,2% por debajo del nivel de ese momento.
La situación de los jubilados es todavía más dramática. Entre 2015 y 2024, los haberes máximos perdieron un 53% de poder de compra, los haberes mínimos (sin bono) cayeron 49% en términos reales, en tanto que los haberes con bono perdieron 33%.
Cuando las grandes mayorías populares pierden, hay sectores minoritarios que están ganando y ello se traduce en la rentabilidad exorbitante que tuvieron las empresas alimenticias y las de comunicación en el primer trimestre de 2024.
El escenario que se graficó precedentemente muestra la magnitud del ataque de las clases dominantes. Se trata de un verdadero disciplinamiento que opera en todos los ámbitos: desde lo económico al desorganizarle la vida a la población y sumirla en la angustiante desesperación de poder llegar a fin de mes con sueldos de hambre, pérdida de puestos laborales y tarifazos incluidos; desde lo jurídico con la persecución a las organizaciones sociales, un verdadero lawfare ya no contra dirigentes, sino contra militantes sociales y desde lo represivo como se vio en las represiones por la movilización contra la ley bases y en las marchas de los jubilados de los últimos miércoles.
2.- No es por el centro ni con diálogo
Ahora bien, la situación de parálisis en la que se encuentran las fuerzas populares no sólo se explica por el terror que el gobierno procuró infundir desde el primer día, sino también por el alto grado desorganización y desmovilización de los últimos años.
Al mismo tiempo que se desplomaban los ingresos de los trabajadores desde 2015, se produjo un corrimiento al centro del campo popular hegemonizado por el kirchnerismo. Ese “extremo centro” se materializó en las candidaturas de Scioli, Alberto Fernández y Massa respectivamente. Además de los personajes elegidos para dar la disputa electoral, tanto el discurso como las propuestas de todo ese espacio estaban orientadas a buscar un punto en común con los actores del poder económico.
El constante llamado a un “consenso económico para abordar graves problemas que tiene la Argentina” fracasó. La estrategia del diálogo no funcionó porque al capital concentrado no le interesa, puesto que considera que éste es el momento oportuno para avanzar con sus reivindicaciones históricas.
De hecho, ¿cómo respondieron al llamado de Cristina de juntarse a planificar un país ordenado y sin tensiones? Con un intento de magnicidio.
Durante años, el poder económico preparó un personaje como Milei para que oficie de su mandadero. Su discurso fue planificado metódicamente por los dueños de la Argentina y sus medios de comunicación. Una diatriba constante contra la política entendida como herramienta de transformación, contra cualquier tipo de intervención estatal, contra cualquier mecanismo de solidaridad que implique que los que más tienen colaboren mínimamente en tiempos de crisis económica y fundamentalmente contra los feminismos populares.
Esta radicalización del poder económico y de las derechas llevó a que un producto de sus filas como Horacio Rodríguez Larreta fuera desechado primero por Bullrich y luego por Milei. Es decir, de todas las opciones posibles, el capital concentrado eligió al más extremo.
El escarnio al que hoy nos someten los Galperín, los Bulgheroni entre otros dueños del poder real se debe a que encuentran al “campo popular” desorganizado, falto de un programa y de una perspectiva transformadora. No retrocederán en su voracidad saqueadora hasta tanto no encuentren un límite.
3.- El 2001 y la potencia plebeya de la calle
¿Qué tipo de limite respetarían? ¿El del Congreso? ¿El de las instituciones democráticas absolutamente impedidas de ejercer algún tipo de control dado que se hallan colonizadas por ellos mismos? Para responder estas preguntas, quizás haya que volver a las rebeliones populares de 2001.
La solidaridad entre desocupados parió al Movimiento Piquetero que comenzó a ganar las calles a finales de los 90. Se construyó un movimiento radicalizado en alianza con agrupaciones como HIJOS que venían dando la lucha contra la impunidad y, a su vez, se sumaron sectores de clase media. De esa simbiosis salió el desafío a la represión y al estado de sitio de De la Rúa y se tiró abajo un gobierno antipopular. El neoliberalismo se derrotó en las calles, no en el Congreso ni en Comodoro Py.
Si durante casi 20 años el neoliberalismo estuvo en retirada y ningún político de la derecha se animaba a decir abiertamente lo que vienen diciendo desde estos últimos años es debido a que esas rebeliones—sumadas a las experiencias de fábricas recuperadas de 2001 y 2002—lograron no sólo marcar un límite a la ambición de los grandes grupos económicos, sino también escarmentarlos, al menos durante un tiempo.
De ese contexto surgió el kirchnerismo. Sin esa potencia plebeya que se dio en las calles, las políticas redistributivas de los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner no hubiesen podido llevarse adelante. Hay que poner en valor a las luchas callejeras.
4.- ¿Victoria electoral o victoria política?
Pero volvamos al presente. ¿Cómo frenamos el saqueo y cómo se construye una alternativa potente para transformar esta realidad angustiante?
Primeramente, hay que sacar algunas conclusiones de la etapa política que se cerró. No sirve el diálogo y consenso con el capital concentrado y mucho menos en estas condiciones en las cuales nos encontramos en desventaja. En términos pragmáticos, no se negocia cuando uno está perdiendo sino recién cuando logra balancear a su favor la correlación de fuerzas.
Por eso, esta etapa exige que se desate toda la fuerza plebeya y la irreverencia que históricamente han tenido nuestras clases populares y reconstruir el poder de organización en las calles para volver a tejer redes solidarias y crear comunidad. Tenemos que entender que victoria electoral y política no son lo mismo.
El gobierno del FdT ganó en las urnas en 2019, pero no obtuvo el poder. El programa del FMI no había sido derrotado y eso se constató cuando el propio gobierno peronista terminó convalidándolo. El “Hay 2019” significó que el kirchnerismo y muchas organizaciones sociales, en el momento en el cual el macrismo comenzaba a tambalear, abandonasen la calle para dedicarse exclusivamente a la campaña electoral.
De los errores hay que sacar un aprendizaje. Hay que edificar primero nuestra victoria política para que luego decante en una victoria electoral que nos permita llevar a cabo un programa radicalizado con un horizonte de transformación audaz. Nosotros también tenemos el derecho a radicalizarnos.
Sin victoria política no hay luego victoria electoral y en esta cuestión debe centrarse el esfuerzo del movimiento popular, es decir, cómo lograr conmover a una sociedad desmovilizada. Habrá que dejar a un lado la rosca, el acuerdismo entre cúpulas y la disputa electoral por un momento para concentrarse en la construcción de un sentido colectivo que derrote el pesimismo actual, el sálvese quien pueda y la idolatría al multimillonario explotador y canchero que hoy se pregona desde las esferas del poder.
En suma, ese sentido colectivo se construirá en las calles, en las organizaciones sociales y sindicales, en las universidades, en centros de jubilados y jubiladas, en cada espacio de la sociedad civil y en cada conflicto que emerja. Se necesitará escucha y horizontalidad. Será de abajo hacia arriba y de la periferia hacia el centro.
Como decía Hebe, los pueblos no se liberan en escritorios ni cuando negocian, sino en las plazas repletas con alegría y rebeldía. Allí, se cimentará el escarmiento contra los explotadores, los hambreadores y los anarco-colonialistas.
Habrá que escarmentarlos para ponerles un límite, para que sus ideas reaccionarias vuelvan a la cueva, pero fundamentalmente para conseguir la victoria política que. más pronto que tarde, nos permita transitar colectivamente el camino hacia la justicia social y el buen vivir que nos merecemos.