No hay cifras exactas. Las páginas institucionales (tal es el caso de La Policía de tu provincia) que deberían ofrecer estadísticas claras y concisas. Sin embargo, un rapido mapeo individual y uno se lleva la sorpresa que la mayoría están desactualizadas y apenas registran los casos que se hicieron virales en los medios de comunicación. ¿Qué tanto sabemos realmente de los desaparecidos?
Sabemos que son personas cuyo paradero se desconoce, que cuentan con una denuncia que ya pasó las 48 horas y que algunas veces son halladas, pero muchas otras persisten en el olvido. Sus nombres quedan atrapados en expedientes archivados, reaparecen en marchas y protestas, y sobreviven en la voz de sus familias que reclaman justicia.
Cuando una persona desaparece en Argentina, la denuncia debe ser inmediata. No hay que esperar 24 ni 48 horas: la comisaría, fiscalía o juzgado más cercano está obligado a tomarla al instante. Allí se deben aportar todos los datos posibles: nombre completo, edad, DNI, domicilio, una foto reciente, descripción de la ropa y de los objetos que llevaba consigo, información sobre su entorno y hasta los datos de vehículos si los hubiera. Es fundamental exigir una copia escrita de la denuncia, porque el papel es muchas veces la única garantía de que la búsqueda se active. La policía, además, debe comunicar el caso de inmediato a la justicia para dar inicio a la investigación, que puede incluir la difusión en medios y redes sociales, o la intervención de equipos especializados como perros rastreadores.
En la práctica, las familias suelen encontrarse con obstáculos: inoperancias, policías que hablan de “fugas de hogar” en lugar de medidas de protección, comisarías que no se responsabilizan por no ser su jurisdicción, etc.
El tiempo es crucial. En la primera hora de búsqueda puede decidirse el destino de una vida. Sin embargo, demasiadas veces esa hora se pierde en trámites, en protocolos mal aplicados, en palabras vacías. Tan solo veamos casos famosos como el de Loan Danilo Peña o si queremos ver un caso más actual, la de Lian Gael Flores Soraide.
No es el silencio lo que duele: es el ruido de los discursos huecos que expresan los medios oficialistas, los gobiernos, ministerios.
Protocolos, convenios, estadísticas. La pregunta sigue siendo la misma desde hace décadas: ¿qué hace el Estado cuando una persona desaparece? Cada caso resuelto se celebra como si borrara el dolor, pero un niño que no regresa derrumba cualquier discurso oficial.
Ese niño es un agujero en el mapa de la democracia.