Crónicas de una Comunidad Imaginada #1

11.03.2025

Crónicas de una Comunidad Imaginada #1

Escribo esto en la asamblea del 19 de marzo, en la plaza 25 de Mayo, frente al Palacio de los Leones. No tomo mate porque tengo la panza revuelta. Me llegan ofertas de todos lados, y las rechazo. La noche es cálida. A mi nona no la pude convencer de venir. Pero estamos todos acá. Incluso algunas personas que jamás pensé que vería. El almacenero de enfrente de mi casa, por ejemplo. Lleva adelante su negocio con cada vez menos mercaderías en sus gondolitas de chapa. Hasta él tomó la palabra para hacer catarsis. 

 

De repente, un chico se levanta y dice: 

–Creo que todos ya vieron en Twitter que Bullrich y Petri están enviando fuerzas especiales en avión para acá. No perdamos la calma. Esta noche dormiremos en la municipalidad y en el Palacio Vasallo. Armaremos barricadas, sin violencia.

–Pero nos van a dar con todo, genio.

–Sí, eso ¿Cómo no nos vamos a defender?

–Pero si nos predisponemos al ataque nos van a venir a buscar, y no queremos más heridos. No tenemos que caer en las provocaciones

–Cobro la mínima yo y no tengo nada que perder. Aparte hoy ya nos cagaron a palos. A mi señora la están curando por las balas de goma allá dentro – y señaló a la municipalidad. 

Habíamos logrado con esfuerzo hacer que a Javkin lo fuesen a buscar en helicóptero y lo dejasen en su casa. El Palacio de los Leones quedó deshabitado y los guardias, al no esperarlo, huyeron en dirección al río por puertas traseras. 

Esa municipalidad no es mucho pero ahora es nuestra. Por lo tanto nos parece inmensa. 

Todo había arrancado en la plaza San Martín por la manifestación de los jubilados. Yo fui porque ese día justo tenía franco y hacía bastante que quería ir a bancar a los viejos. El repique sonaba, los redoblantes y las chanchas, los gritos y los abrazos y la risa y la fiesta, cuando aparecieron los hidrantes. Venían desde el horizonte, difuminados, como mamuts horripilantes. Todos nos asustamos, pero no nos dispersamos. Tratamos de mantener a resguardo a los jubilados y reorientar la amenaza. Sabíamos que no podríamos hablar con los choferes. Dudo, también, que hubiese algún efectivo de seguridad cuya nariz estuviese limpia. Imposible entablar un diálogo. Un amigo de mi barrio, se metió entre el cordón de policías y llegó hasta el hidrante. En bandada los policías corrieron detrás de él. Yo veía todo desde la otra punta, tratando de agarrar a una compañera que insultaba sin parar a un policía por haber topeteado a su abuela. Intentaba hablarle mientras interponía el antebrazo porque sabía que, si no paraba a tiempo, todo podía ir a peor. Mi amigo fue más rápido que los policías con sus cascos y escudos y ropa pesada. Abrió la puerta, tiró al chofer. Gran parte de los compañeros que habían ido a la manifestación aprovecharon la persecución a mi amigo para desestabilizar el cordón. El movimiento adecuado siempre es el de la sorpresa.

 

Ahora todos estamos reunidos. En donde se hace la ronda de Madres de Plaza de Mayo, los jueves a las 17. Son muchas manos levantadas, muchas voces, muchas miradas. Nadie convocó este espacio. Intuyo que es algo natural. Cuando se te cortan los brazos, los torsos se juntan para armar algo, lo que sea, hasta crear una mano, salida de algún lado desprovisto de armas y herramientas. 

 

Alguien me toca el hombro y me dice “vienen por calle Santa Fe”. Me paro ayudado. Un poco las piernas las tengo entumecidas. Los brazos, cansados. Arriba la luna ilumina, planteando el verde en esa plaza llena de poder e incertidumbre. Toca moverme, como siempre, moverme al frente.