El mundo del streaming, a menudo es percibido como un espacio de libertad y expresión sin filtros, pero no está exento del sexismo y la violencia del resto de la sociedad. Un caso particularmente grave fue protagonizado por Agustín Franzoni, quien durante una transmisión en vivo ejerció violencia sexual sobre su ex novia Flor Jazmín Peña al afirmar que conserva sus fotos y videos sexuales ya que en unos años valdrán mucho dinero. El episodio ocurrió durante un juego en el que sus compañeros de programa lo cuestionaron levemente mientras él defendía su postura.
Tras una funa en redes, pidió las clásicas disculpas de influencer al estilo de “disculpas si alguien se sintió ofendido” afirmando que se trataba de un chiste sacado de contexto y que él no haría algo así, sin en ningún momento disculparse con la persona afectada. Hay personas que deciden terminar con sus vidas tras la difusión de videos sexuales, como para que esto sea un chiste. Que alguien que fue tu pareja diga que guarda tus videos íntimos y amenace con venderlos frente a miles de personas daña tu confianza y tu dignidad. Sin embargo, durante el programa nadie lo detuvo ni le dijo que estaba ejerciendo violencia sexual porque está completamente naturalizado agraviarnos en cualquier ámbito.
Esta situación recuerda a cuando Elial Moldavsky reveló la intimidad sexual de Lali en su programa en Olga y varios días después de que lo cancelen en Twitter salió a pedir disculpas. Unas disculpas que en palabras de la cantante, parecen ser más por el daño a su imagen pública que por convicción. La misoginia y el machismo se manifiestan en estos canales al igual que en los medios tradicionales. Muchas veces los protagonistas de estos hechos se excusan con que pasan muchas horas al aire hablando y “se les puede escapar algo desafortunado”. Después se sorprenden por las críticas, a ver mamita si sos tan machito para decir cualquier cosa, después bancate la vuelta.
De manera similar, el caso de Pedro Rosemblat, quien entrevistó al cantante Gustavo Cordera, también generó polémica. Durante la entrevista, Rosemblat no sólo no cuestionó las declaraciones de Cordera, quien en el pasado dijo que había que violar mujeres y estar con niñas menores de edad, sino que incluso mostró condescendencia reflejando una complicidad que perpetúa estos discursos violentos. Unos días después Rosemblat pidió disculpas: “Si me dicen ‘che, Pepe, estuviste muy condescendiente en esa nota’. Te digo ‘tenés razón, es cierto’. Se juegan otras cosas. Hay cosas que no se me juegan que se le juegan a las mujeres en el cuerpo cuando escuchan a una persona que dijo eso, que efectivamente a mí no me pasa. Y por otro lado también se me juega el lado de fan de esa banda. Entonces hay una distancia que se manifiesta de manera problemática”.
No equiparamos ejercer violencia sexual con entrevistar a un violento y ser condescendiente, no metemos todo en la misma bolsa porque banalizaría las violencias. Sin embargo, estos episodios evidencian un patrón preocupante: la impunidad con la que algunos hombres se comportan en el streaming, utilizando su plataforma para ejercer poder, sexualizar y humillar a las mujeres. El problema no reside únicamente en los actos individuales, sino en la cultura que los habilita y los tolera. No se les juega nada en el cuerpo cuando escuchan a alguien decir que las mujeres tenemos que ser violadas, no se les juega nada al divulgar públicamente la intimidad sexual de alguna piba, porque la cultura de la violación está legitimada y la violencia sexual también.
Párrafo aparte, merece la impugnación a las compañeras de los chabones. Muchas veces se pone más el foco en las mujeres que trabajan en esos canales, que en los tipos que violentan. Se les exige que se pronuncien y hasta que renuncien. Pareciera que porque un pelotudo dijo algo malo ellas se tienen que quedar sin laburo. Es realmente el mundo del revés en el que siempre somos nosotras las perjudicadas. Lejos de pedir que las pocas compañeras que hay en ese espacio se corran, hay que redoblar la apuesta. A pesar del esfuerzo de algunas compañeras, la cultura del stream es machista por todos lados: hay lenguaje sexista, pibas sexualizadas y cosificadas, homofobia, transfobia, invisibilización, inequidad en la participación y la lista es larga.
Radicalizar el feminismo es la tarea (que no quede en manos de un puñado de porteñas blancas y progres) que el feminismo se pinte de pueblo, de india y de campesina. Construir un feminismo clasista y combativo que salga a la calle es nuestro horizonte. Frente a la avanzada reaccionaria es necesario que las feministas nos organicemos, que critiquemos los consumos culturales pero también construyamos otras propuestas capaces de intervenir en distintas esferas de lo público, desde cualquier lugar dentro de internet y los medios hasta fuera de ellos como los barrios, comedores y casas.