Menos roscas y más revueltas

28.07.2025

Hace unos días cerraron las listas para las elecciones del 7 de septiembre en la Provincia de Buenos Aires. Luego del lamentable espectáculo de rosca entre dirigentes políticos por ocupar cargos y liderar espacios, nos parece oportuno ofrecer un análisis distinto. No vamos a hablar de qué candidato va por tal sección electoral, sino del grado de descomposición del sistema actual y la crisis de imaginación política.

La desafección avanza y se finge demencia

Durante estas últimas semanas vimos cómo los distintos partidos políticos se desesperaron por acordar en torno al lugar de las listas en que sus referentes iban a estar y mostraron a cielo abierto que sus disputas son únicamente sobre poder pero sin perspectiva de ninguna transformación.

 

Poco hay que decir de espacios políticos como la Libertad Avanza porque su conformación está repleta de advenedizos, ex peronistas, ex kirchneristas y armadores menemistas. Se trata de un sello al servicio de los poderosos.

 

Sin embargo, llama la atención el caso del denominado “campo popular” en el cual sus distintas tribus permanecen abstraídas de la realidad material de las clases a las cuales quieren representar. Vimos discusiones entre políticos profesionales que debatían—a puertas cerradas y de madrugada—problemas de políticos. De todas las versiones que salieron a la luz ninguna estuvo relacionada con un debate de fondo, de programa o de horizonte. Las nuevas melodías prometidas siguen sin aparecer.

 

Después de días de operaciones sobre si había “unidad” o si se “rompía”, finalmente primó la unión y que nadie saque los pies del plato. Lo que se impuso fue la necesidad de mantener las apariencias, de armar listas con un collage entre diversas fuerzas políticas más allá de que cada una responda a un cacique distinto enfrentado entre sí. Nuevamente, como en 2023, se finge demencia y se sigue.

 

Este panorama descripto fomenta un clima propicio para que se profundice la desafección que tiene la población en general hacia “la política” y las elecciones. Ese desinterés se basa en la desconexión entre lo que se proclama y la realidad. Se pueden pronunciar discursos encendidos en defensa de la soberanía, en contra de la motosierra y el ajuste, pero ésa no parece ser la preocupación de buena parte de la dirigencia detrás de bambalinas.

 

La sociedad advirtió la farsa evidente entre lo que se dice y lo que se hace; ésa es la razón por la cual se incrementa el desapego de la ciudadanía y cada vez vota menos gente. En 2023 se dijo que la democracia estaba en peligro y ¡resultó que Massa era el último bastión contra la derecha y el adalid de la justicia social! No era creíble y, por eso, entre otros factores, se perdió la elección. Hoy ocurre algo similar: las clases populares no creen en esta “unidad” ni tienen motivos para entusiasmarse en algo.

 

Ante este escenario, los únicos beneficiados del manifiesto desinterés de la gente con la política son el gobierno nacional y, especialmente, el poder económico permanente.

¿Y el programa? ¿Dónde está el programa?

Se discuten liderazgos nacionales y dispositivos electorales pero ¿el programa de transformación de esta realidad ominosa dónde está?

 

Quizás no se discute programa ni horizonte de liberación porque cualquier alternativa a este modelo de saqueo y entrega implicaría determinados grados de confrontación con el capital que ningún dirigente peronista quiere tener. El modelo de “crecimiento con inclusión social” del kirchnerismo no se puede replicar básicamente porque hay una de las partes—el capital concentrado—que no quiere dialogar. Lo hizo en su momento porque estaba muy fresca la memoria de la rebelión popular de 2001 con sus piquetes y asambleas. Se necesita audacia y patear el tablero.

 

Para las dirigencias actuales, debe ser más sencillo centrar el debate en torno a quién conduce, sobre lealtades o plantear consignas sin mucho asidero tales como “la motosierra no va a cruzar la General Paz” cuando efectivamente lo está haciendo como el caso de los trabajadores de Georgalos en San Fernando que luchan contra los despidos ilegales ante el incumplimiento de la conciliación obligatoria dictada por el Ministerio de Trabajo provincial por parte de la patronal.

 

Tampoco se debate con profundidad el tema medular de la dependencia de nuestro país: la deuda externa con el FMI. Se critica la timba de Caputo, la pérdida diaria de reservas para mantener de manera ficticia el tipo de cambio, los vencimientos de capital e intereses, pero ni una sola palabra se dice de lo que hará el próximo gobierno. Asoma tibiamente un proyecto del Partido Justicialista para que Argentina “pague lo que corresponde” y no abone el «excedente político» de la deuda con el FMI, es decir, aquello que le fue prestado por fuera de la cuota que le correspondía.

 

Sin embargo, ese proyecto ignora que, aún con la quita propuesta, la deuda es impagable. Además, esa iniciativa—por más tibia que parezca—sería enfrentada por EEUU y sus agentes económicos por cuanto es necesario construir primeramente una fuerza social para dar esa batalla. Por el momento, no hay siquiera atisbos de organizar movilizaciones callejeras contra el FMI. Sus visitas técnicas a Buenos Aires pasan inadvertidas para la población.

 

Si el debate por el desconocimiento de la deuda externa no forma parte de un programa de gobierno y, a su vez, no se fomenta esa discusión en las bases, será casi imposible imaginar una alternativa distinta a la actual. Un tema trascendental no puede ser obviado o tratado únicamente por un grupo reducido de dirigentes y técnicos; su repudio debe construirse de abajo hacia arriba y vincularse directamente con el padecimiento diario de la población.

 

En suma, hay que empezar a hablar de los problemas que afectan a la ciudadanía y, para eso, hay que escuchar y comenzar a tejer nuevamente redes. Antes que “representar” se debe construir una nueva mayoría social que no sea en torno a un candidato/a sino sobre la base de cuatro o cinco puntos fundamentales que integran la agenda cotidiana de la sociedad que sufre y el camino para resolverlos. Al abordarse esos puntos, seguramente hallaremos un común denominador: hay una clase que representa al 1% más rico que se está llevando el esfuerzo que todos venimos haciendo no sólo desde que asumió Milei sino incluso desde antes.

¿Delegamos todo en las elecciones?

La frase que asemeja el modelo de Milei con la fecha de vencimiento del yogurt traduce una idea de quietismo y de desensillar hasta que aclare. Es decir, avanzará el saqueo hasta que se agoten los dólares y lo máximo que podría hacer la dirigencia opositora entonces es prepararse para tener todo listo cuando le llegue el momento de gobernar.

 

Mientras Milei continúa haciendo los deberes de sus mandantes y se ofrece como bufón de las élites a las cuales rinde pleitesía, la oposición se apresta a pedirnos el voto a la par que “rosquean” puestos. Quieren dirimir sus internas antes de que “se termine el experimento Milei” para que la sociedad los vuelva a elegir por arte de magia en 2027.

 

Si bien es cierto que el modelo económico de Milei va a fracasar, eso no quiere decir que el régimen político impuesto desde que asumió sea derrotado. Lo podrá reemplazar otro muñeco del poder y aquí no ha pasado nada. Se corrigen los “desequilibrios” de su modelo, se da apariencia de normalidad a las instituciones—pese a la proscripción de CFK—y el resto permanece igual. Asimismo, hay una subestimación del rol que EEUU está asumiendo para sostener a Milei. Para muestra de dependencia de nuestro país, alcanza con las declaraciones del futuro embajador yanqui en Argentina.

 

Sin perjuicio de la importancia que tiene la vida electoral, existe también otra alternativa al “votar y esperar.”  El protagonismo popular no puede agotarse solamente en el día de la elección. La crisis de imaginación política también abarca a qué entendemos por democracia y cuáles son sus límites. Su radicalización y construcción de abajo hacia arriba buscando herramientas de protagonismo social también son mecanismos para romper la desafección hoy imperante.

 

Llegó el momento de hacerse algunas preguntas provocativas. ¿El 54% que Cristina obtuvo en las elecciones de 2011 es más democrático que las asambleas populares y piquetes de finales de los 90 en los cuales se construyó comunidad y rebeldía? ¿En dónde encontramos mayor compromiso democrático? ¿En quienes un domingo fueron a votar como si se tratase de un trámite y volvieron a su casa a seguir almorzando? ¿O en quienes el 19 y 20 de diciembre de 2001 decidieron hacer caso omiso al estado de sitio de De la Rúa, se indignaron por la represión a las Madres y fueron a la Plaza de Mayo pese a las imágenes de heridos porque la situación ya no se toleraba más?

 

En consecuencia, lo electoral y lo que transcurre por fuera de esa urgencia son dos planos que pueden coexistir tranquilamente y que no se obturan entre sí, sino todo lo contrario. Aquello que emerja con la potencia de lo imprevisible y de lo genuino tendrá su correlato electoral, no a la inversa.

El abajo también se mueve

Sin embargo, no todo está perdido ni inmóvil. Por abajo hay movimiento y ejemplos de eso fueron la Marcha Federal del Orgullo Antifascista y Antirracista del 1° de febrero, la marcha de los jubilados de los miércoles que, pese a la represión constante, se siguen sosteniendo, la lucha de los trabajadores del Garrahan y la reciente conformación del Frente de Lucha por la Soberanía, el Trabajo Digno y los Salarios que organizó una marcha contra el Ministerio de Desregulación y Transformación del Estado de Sturzenegger.

 

Este Frente, conformado por la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte (CATT), Aceiteros, las dos CTA, la UOM y Aeronavegantes entre otros gremios, critica el colaboracionismo de la cúpula de la CGT y ha mostrado mayor disposición a la lucha. Asimismo, puede mencionarse la multitudinaria movilización en Neuquén que repudió la represión a las comunidades mapuches tras el desalojo al acampe frente a la Casa de Gobierno. Lo importante aquí radica en que comienza a enfrentarse el modelo extractivista de Vaca Muerta y a articularse la acción entre comunidades originarias, estudiantes y el resto de la comunidad local.

 

Como se observa, se pueden pensar dinámicas y estrategias desde abajo no sólo para la resistencia sino especialmente para la necesaria ofensiva popular. Se trata de construir nuevas utopías y de luchar por causas que valgan la pena y en las cuales se nos vaya la vida porque no alcanza con jugar a la política profesional para enfrentar esto.

 

Habrá que cortar con la rosca electoralista o, más bien, darle rosca a las revueltas que estén por venir.