En la misma fecha, pero con tan solo un año de diferencia, dos eventos marcaron nuestro continente. El primero, signado por la muerte de la compañera de los humildes, de los trabajadores, la que corría los limites de lo posible y concentraba el odio de las clases dominantes. El segundo evento fue el ataque a un cuartel militar en Santiago de Cuba que terminó en derrota transitoria, pero el mojón para la victoria revolucionaria y la dignidad de un pueblo ya estaba en marcha.
- por Prometeo.
Evita falleció en 1952 y su muerte desató largas jornadas de angustia que se vieron reflejadas en la inmensa movilización popular. Si te llora la clase trabajadora y celebran los ricos, entonces no hay mucho por agregar sobre cuál bando eligió Eva para representar.
En su discurso del 1° de mayo dijo: “Porque nosotros no nos vamos a dejar aplastar jamás por la bota oligárquica y traidora de los vendepatrias que han explotado a la clase trabajadora, porque nosotros no nos vamos a dejar explotar jamás por los que, vendidos por cuatro monedas, sirven a sus amos de las metrópolis extranjeras.”
Alicia Eguren, militante del peronismo revolucionario primero y luego integrante de la dirección del Frente Antiimperialista por el Socialismo, la definió con una contundencia sin igual: “En aquel mundo pequeño burgués y escandalizado, Evita encarnó como nadie la revuelta de los de abajo. Su liderazgo efectivo sobre la clase obrera abrió una brecha fuerte y peligrosa para el gran salto revolucionario.”
Misma fecha, pero en 1953, Fidel junto con un grupo de revolucionarios asaltaban El Moncada y procuraban poner fin a la dictadura corrupta de Batista. La audacia como bandera y el deseo de transformarlo todo siempre guiaron a Fidel por lo que una derrota transitoria se convirtió años más tarde en triunfo. El Moncada nos enseñó que no hay derrotas definitivas si hay espíritu revolucionario y constancia porque las trincheras de ideas son más poderosas que las trincheras de piedras.
Alguna vez Fidel dijo, “Y así, aquel 26 de julio fue para nosotros un minuto, en que cuando parecía culminar una lucha, cuando parecía culminar un esfuerzo para iniciar la batalla por la liberación de nuestro pueblo, no era el fin, sino el comienzo.”
En América Latina, el 26 de julio es un fuego que no se puede apagar por más que lo intenten. Evita prendió una llama en las clases populares y demostró que no hay fuerza capaz de doblegar a un pueblo que tiene conciencia de sus derechos. Fidel encendió otro fuego y nos enseñó que la revolución es sentido del momento histórico y es cambiar todo lo que debe ser cambiado.
“Nuestra patria dejará de ser colonia o la bandera flameará sobre sus ruinas” advirtió ella mientras que él les dijo a sus enemigos: “Nacimos en un país libre que nos legaron nuestros padres y primero se hundirá la Isla en el mar antes que consintamos en ser esclavos de nadie.”
Como cantó Silvio, menos mal que existen los que no tienen nada que perder, ni siquiera la muerte, menos mal que existen los que no miden qué palabra echar, ni siquiera la última.
Por eso, Evita y El Moncada arden cada 26 de julio en un mismo fuego hermanado que cruza todo el continente que hoy sigue en disputa, acechado por imperialistas y entreguistas, pero que todavía sigue buscando la segunda y definitiva independencia.
Que arda todo hasta que seamos libres.