A 34 años de la disolución de la URSS, el fin del primer Estado socialista no aparece como una derrota popular sino como una traición consumada desde la cúpula dirigente, en abierta contradicción con la voluntad mayoritaria expresada en el referéndum de 1991. La restauración capitalista, impulsada por la burocracia y el imperialismo, dejó lecciones vigentes para las luchas actuales: sin democracia obrera, control popular y combate a la burocratización, ningún proyecto socialista está a salvo.
