Hace cincuenta años Salvador Allende, desde la ventana del Palacio de la Moneda, lugar desde el cual acostumbraba a hablar, provisto del fusil AK que le había regalado Fidel y el casco que le entregaron los mineros, comunicó a través de su hija que saldría de allí al final de su mandato o muerto.

* por Sagasti.

Sin ánimos de hacer un repaso histórico exhaustivo del gobierno de la Unidad Popular, el mismo se caracterizó por la confluencia de diversos sectores: Partido Socialista, el Partido Comunista, el Movimiento de Acción Popular Unitario, la Acción Popular Independiente y el Partido Social Demócrata. También se incorporaron la Izquierda Cristiana y el Partido Izquierda Radical.

El gobierno de Allende llevó a cabo, entre otras medidas, la reforma agraria, nacionalización de la banca y la minería del cobre, se crearon planes vacacionales para los trabajadores, entre otras medidas sanitarias, sociales y educativas como la universidad pública.

Se trató de un proceso revolucionario propio del pueblo chileno, una creación tan autóctona que se decía en aquellos años que se trataba de un socialismo con sabor a empanada y vino tinto. Era la vía pacífica al socialismo, distinta a la Revolución Cubana. Era un proceso que, haciendo uso de las instituciones del régimen político, venía a transformarlo todo, dentro del marco democrático.

Fidel ya le había advertido a Allende que era imposible la vía pacífica porque la CIA no permitiría otra Cuba en América Latina. Años después, los propios archivos desclasificados por el imperialismo corroborarían su rol en el golpe.

El fin de la experiencia revolucionaria chilena la conocemos todos y lo que aconteció después también. Pinochet fue la punta de lanza de una monumental operación de formateo económico que alcanzó su máximo esplendor con Margaret Thatcher y Ronald Reagan. Quizás estas líneas sirvan para refrescar la lección que nos deja la historia, en clave con el contexto actual que vivimos en Argentina y en Chile con la amenaza de la ultraderecha golpeando nuestras puertas.

Por estos días, el fascismo chileno de la mano de José Kast, pero también otros sectores de la derecha vienen insistiendo en que la responsabilidad del quiebre político, social e institucional del país fue de Salvador Allende. Ahora resulta que defender los intereses de la clase trabajadora y tener un programa de soberanía nacional pavimenta el camino para la llegada de la ultraderecha.

Sin embargo, ese discurso es la trampa en la que quieren hacer caer a los movimientos populares de nuestro continente. Si hay algo que facilita el advenimiento de la derecha más rancia es precisamente la inacción y pasividad de quienes dicen ser gobiernos populares. El caso de Boric en Chile y la derrota del plebiscito que intentaba modificar la constitución pinochetista resulta un claro ejemplo. Ni hablar en nuestro país con el gobierno timorato de Alberto Fernández y el ascenso de Milei.

El pasado y el presente nos muestran con claridad que es imposible cualquier tipo de diálogo y consenso con la derecha porque jamás fue democrática ni jugó limpio. Ello pudo verse el 11 de septiembre de 1973 cuando derrocaron a Allende que había elegido la democracia (el arma ideológica que la derecha cree suya) para ir hacia el socialismo.

Contra esa derecha fascista que se agita en Chile y Argentina no queda otra opción, sino enfrentarla directamente y sin concesiones; no se le puede pedir permiso ni por favor porque la derecha “moderada” con la que sueña Boric en Chile o Alberto Fernández y Cristina en Argentina no existe. Es profunda y abiertamente pinochetista y videlista respectivamente. Para enfrentarla se necesita, en principio, unidad del campo popular, pero eso solo tampoco basta; se necesita un programa de transformación de verdad, nuevo, de absoluta creación.

Allende, a cincuenta años del golpe y de su muerte, nos deja muchísimas enseñanzas. Primero, que en el imperialismo jamás se debe confiar. Segundo, su ejemplo moral incuestionable. Murió por la causa de los trabajadores, dio la vida por el socialismo y cumplió así con la premisa que le había comunicado a su hija que saldría de La Moneda al final de su mandato o muerto, pero que no renunciaría.

“El hombre libre volverá. Las altas alamedas lo esperan. Bajo ellas se fue Allende de este mundo.” Con el fusil de Fidel y el casco de los mineros.

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